CRÓNICAS GUANARITEÑAS
¡LO QUE VIENE ES ENEAS!
Nuestro Eneas era también otro guerrero de la vida, pero muy pacífico. Tenía el rostro huraño, con cejas y bigotes poblados y canos, que le daban un semblante de hombre rudo, bajo aquel trajinado sombrerito de paño. Tenía en la voz una gravedad natural, como los experimentados locutores de la buena radio, pero hablaba muy poco. Su diminuta figura la cubría siempre una blusa tipo liquilique y un enrollado pantalón de dril, color kaki o gris, atuendo salpicado de chimó, y sus pequeñas alpargatas, y cargaba siempre un cuartico de ron en un bolsillo. Caballerosamente esgrimía una leve sonrisa cuando lo saludábamos:
-¡Eneas Peña, carajo! … y respondía: -¡Eneas Ramón Peña, a su orden!Su seriedad y respeto al prójimo rayaba en la tolerancia. Tanto así que no le prestaba atención a las arengas de algunos zagaletones y personas necias que trataban de molestarlo, gritándole: ¡Eneas… cuando lo apretan se mea! Los escuchaba con indiferencia y seguía su lento caminar como si nada.
¡Debe haber vivido entre 80 años o un poco más. Nunca se le conoció concubina ni concibió descendencia. Era más bien un llanero inocente, pero con la indígena malicia del campesino auténtico. Eso sí… un hombre a carta cabal. Lo demostraron sus hechos.
En tiempos otrora en el pueblo se le admiraba por su dos labores especiales: pintor de brocha gorda, con cal y pinturas que él mismo fabricaba con tierra, ceniza, carbón y otras sustancias, mezcla especial para paredes de bahareque; y por ser experto fabricante de trabucos en las fiestas patronales, los cuales hacía con cánulas de bambú verde, llenándolos con carburo y algo de pólvora. Eso sí, era él mismo el encargado de detonarlos. Toda la gente corría y se apartaba para oír la explosión, pero Eneas se quedaba estático, con una sonrisa, esperando el resultado de su ingenio popular.
Siempre se le veía solitario, caminando con parsimonia bajo el tórrido sol guanariteño; y algunas veces en noches de plenilunio, daba gusto mirarlo pasar con las manos hacia atrás. Parecía la imagen del Juanbimba de la tarjeta negra de AD-GOBIERNO para la candidatura de Raúl Leoni en 1963. De vez en cuando le ponía oficio a las manos: pelaba por la carterita de ron, se ajilaba un “palo e músico” y sacaba una pequeña armónica o sinfonía (sustituta del acordeón), la envolvía entre sus pequeñas manos, se la llevaba a la boca, y la arrancaba mientras las notas vagabundas de un viejo bambuco que sonaba en las rock-olas de las cantinas: “métale candela al monte/ que se acabe de quemar, / ya mi china se me fue/ y no sé si volverá”. A pesar de ser bebedor solitario, jamás se le vio acostado en una acera… ¡era un bebedor de vergüenza!
Ya a principio de la década de los 80, una noche veranera, probablemente bebió más de la cuenta para su avanzada edad, y sin saber cómo ni cuándo se acercó al río, y hasta allí llegó su sencilla existencia. Amaneció abollado a la orilla, bajo unos guamos. Por primera vez lo vimos sin sombrero. Su viejo compañero abollaba también junto a una de sus alpargatas. Parecía un muñeco de trapo flotando en las claras aguas veraniegas del río Guanarito. Aquella infausta noche, la luna de Guanarito, sin sospechar el fatídico final de aquel soñador, lo siguió hasta su trágico destino.
A la mañana siguiente, las ya desaparecidas campanas de bronce lo despidieron con melancólicos dobleces, y vimos pasar su entierro de hombre pobre y solitario en un desaliñado cajón mortuorio que donó el Concejo Municipal. Cuando pasó el humilde cortejo frente de la casa de doña Carlota Correa de Mezherane (paso obligado, de la iglesia al cementerio), es probable que, católica como nadie, se halla asomado a la ventana, y seguramente dijo: ¡Eneas, Dios te perdone y te lleve a la eterna gloria!
Por muchos años, después de su muerte, cuando aún en nuestro pueblo no existía el hampa ni la inseguridad, nos parecía ver la diminuta silueta columpiando en la semipenumbra de la noche llanera, y la voz musical de una vieja sinfonía desgranando aquellas notas del bambuco:
“métale candela al monte
que se acabe de quemar,
ya mi china se me fue
y no sé si volverá”
Así fue la sencilla vida de un guanariteño que vivió entre la soledad y la pobreza, pero con el corazón y el alma henchidos de honradez. Nunca pidió clemencia ni mendigó nada, ni siquiera un trago de ron que era su debilidad.
Nota: Por no tener en mi archivo una foto del personaje, ilustro la crónica con una silueta imaginada por mí, y con una gráfica del Puerto "Los Guamos", donde pereció Eneas.
Nota: Por no tener en mi archivo una foto del personaje, ilustro la crónica con una silueta imaginada por mí, y con una gráfica del Puerto "Los Guamos", donde pereció Eneas.
Yorman Tovar (Cronista Popular de Guanarito)
La Colonia-Guanare, 17 de febrero de 2015.
Son las 11 y 58 minutos de la noche.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario