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"La historia está presente y nos rodea en todas las horas, porque no es otra cosa que la vida” Arturo Uslar Pietri

sábado, 24 de marzo de 2018

El tamborcito de cuero d­e piojo o cuento de Comin Comin...

Cuentos e historias que se contaban a la luz de la vela

Érase un rey que era muy compadecido. Le gustaba saber en qué condiciones se hallaban sus súbditos; para lograrlo, hablaba de tiempo en tiempo con los habitantes del reino.

Un día quiso recibir a los pordioseros. Entraron juntos a la sala del trono y uno de ellos habló en nombre de todos:

-Socórrenos, buen Rey, por el ángel de tu guarda, por el santo de tu nombre; mira que los fríos están muy fuertes y no tenemos donde dormir.

El Rey les ofreció una troje muy grande, de esas que hay en los ranchos para guardar la semilla, para que les sirviera de refugio; con eso los pordioseros se retiraron muy agradecidos.

Ahí tienes que entonces el rey se fijó en un animalito muy curioso que corría de un lado a otro sobre el tapiz de uno de los sillones.

-Mis guardias -dijo-, vengan a decirme qué animal es éste.

Pero los guardias se miraban unos a otros sin atreverse a contestar. Llegó en eso el mayordomo de palacio y le dijo:

-Perdone, su Majestad, no es más que un piojo que dejaron los pordioseros; mejor sería matarlo.

-No le hagan daño -dijo el Rey-, yo veré que cuiden de él.

Mandó hacer una urna de cristal, puso en ella al piojo y se lo entregó a un paje para que lo cuidara.

Para esto el Rey tenía una hija a la que le gustaban mucho los animales y que, tan luego como vio al piojo, le pidió a su padre que se lo regalara; así el paje y la princesa cuidaban del piojo, le daban su comidita, su agua y lo sacaban al jardín todos los días. El piojo, con la buena vida, comenzó a engordar y a crecer, pero una mañana amaneció muerto de frío.

La princesa lloró mucho y el Rey, su padre, para consolarla, mandó a llamar a un curtidor para que le preparara la piel y así la niña pudiera conservarla de recuerdo.

Una vez que la piel estuvo curtida la niña comenzó a discurrir:

-¿Qué haré con la pielecita?

Y pensando, pensando, pensó hacer un tambor.

Yendo y viniendo el tiempo, creció la niña y el Rey decidió que ya era necesario que se casara, pero la princesa no estaba de acuerdo, y decía:

-No papacito, ni creas que me casaré nada más así; el que quiera casarse conmigo tendrá que pasar tres pruebas y si no las pasa, penará con la vida.

Con tal de casarla, el Rey mandó por todos los confines del reino heraldos que leyeran el bando en el cual se hacía saber a todos los súbditos que pretendieran la mano de la princesa, que podían ir a palacio a someterse a las tres pruebas, advirtiéndoseles que el que no las pasara, penaría con la vida.

A pesar de eso no faltaron príncipes, ni duques, ni condes; pero todos murieron en la primera prueba.

Una vez la princesa fue de día de campo al monte. Allí la vio un carbonerito que andaba con su burro juntando leña. Cuando la niña se fue, el carbonero regresó a su jacal y le dijo a su madre:

-¡Ay mamacita! Mejor muerto que no volvera ver a la princesa; yo me voy a palacio a pedir su mano.

-No vayas, hijo -le dijo su madre-, mira que será tu perdición; si no han podido los nobles pasar las pruebas ¿qué has de poder tú, que no eres más que un carbonero que ni siquiera sabes leer?

-No importa, querida madre, écheme la bendición y ya verá como antes de los calores regreso.

Y diciendo esto se puso en camino, y andando, andando, encontró un hombre que estaba gritando:

-¡Jesús te ayude! ¡Jesús te ayude!

-Pero, hombre, ¿a quién quieres que ayude Dios, si aquí no hay nadie en peligro? preguntó el carbonero.

-Si no se trata de peligro, no seas tonto, no oyes que el Rey de España está estornudando.

-Pues la verdad yo no oigo nada -dijo el carbonerito.

-Qué has de oírlo -dijo el otro-. Yo lo oigo porque soy Oyín Oyán y hasta la hierba oigo crecer. Tú ¿adónde vas?

-Voy a pedir la mano de la princesa. ¿No me acompañas?

-Sí, cómo no -le contestó Oyín Oyán-, vámonos por ahí. En el camino encontraron a un hombre que estaba tirado, durmiendo.

-Mira ese flojo, -dijo el carbonerito- ya bajó el sol y todavía está durmiendo la siesta.

-¡Qué flojo voy a ser! -contestó el hombre-. Ayer salí de China y hoy mismo llegué, me llamo Corrín Corrán y corro más que el viento. ¿Ustedes, adónde van?

Voy a pedir la mano de la princesa -dijo el carbonerito-. Este es Oyín Oyán, ¿no nos acompañas?

-Con gusto.

Y los tres se pusieron en camino.

Más adelante se encontraron con un hombre que estaba comiendo una gallina tras otra, con todo y plumas.

-¡Ah, bárbaro! -le dijeron- -¿Cómo le haces para comértelas enteras?

-Eso es fácil -les contestó el otro- media docena de gallinas es poco para mí, que hasta un toro con todo y cuernos he llegado a comerme. ¿No ven que soy Comín Comán, hijo de Buen Comedor? Pero, ¿a dónde van ustedes?

-Voy a pedir la mano de la princesa -contestó el carbonero-. ¿Tú también quieres acompañarme?

-Sí -le dijo Comín Comán y se fue con ellos.

Así llegaron los cuatro a palacio y el carbonero se presentó a pedir la mano de la princesa. Tan luego como llegó le pusieron la primera prueba.

-Mira -le dijeron-, ayer fue la princesa a bañarse al mar y sobre una roca dejó su anillo. El Rey tiene un paje que es un gran corredor; tendrás que correr con él en busca del anillo y el que llegue primero con él ganará la prueba; si logras traerlo, ganas y te casas con la princesa, silo trae el paje gana la princesa y tú penas con la vida.

Fuese luego el carbonero a contarles a sus amigos de qué se trataba y Corrín Corrán le dijo:

-No te apures, que aquí estoy yo, ya veremos si me gana el pajecito ese.

Al día siguiente muy de mañana, ahí van corre que te correrás, pero apenas iba el paje llegando al mar, cuando Corrín Corrán ya venía con el anillo.

Se lo dio en seguida al carbonerito que muy contento fue a entregarlo, ganando así la primera prueba.

Al otro día le dijeron;

-Hoy se servirá un banquete, la princesa tiene un paje que come más que un ogro, tú tendrás que comer con él. El que coma más ganará la segunda prueba.

Esto le pareció más difícil al carbonero, sin embargo, se lo fue a contar a sus amigos.

No te apures por eso -le dijo Comín Comán-, déjalo todo de mi cuenta, ya verás cómo no te arrepientes.

Apenas lo llamaron al banquete, se presentó Comín Comán disfrazado de carbonero y para qué les digo que no sólo se comió los alimentos que le presentaron sino que para terminar más aprisa se los comió con todo y platos.

Al fin que este es un cuento ... ¿verdad, niños? Y como me lo contaron se los cuento.

La princesa no tuvo entonces nada que decir y el carbonero ganó la segunda prueba.

-¿A que antes del medio día no adivinas de qué es mi tambor y con qué lo toco?

Y el carbonerito se quedó pensando. Y pensando, pensando, se fue a ver a sus amigos.

Luego que lo oyeron, dijo Oyín Oyán:

-Ahora mismo me pongo a escuchar lo que pasa en palacio, quién quita y así sepamos de qué está hecho el tambor.

Oyín Oyán, con la oreja en el suelo y casi sin respirar, escuchó lo que decían los guardias, los pajes y toda la corte y hasta el mismo Rey, cuando de pronto va oyendo a la princesa cantar acompañándose de su tambor:

Cuerito de piojo
varita de hinojo,
cuerito de piojo,
varita de hinojo.
-¡Albricias, carbonerito! -gritó contentísimo Oyín Oyán. El tambor es de cuero de piojo y las varitas con que lo toca son de hinojo.

Con eso, al medio día, fue el carbonero a palacio donde la corte se hallaba reunida. Allí la princesa volvió a preguntar al carbonerito:

-¿De qué es mi tambor y con qué lo toco?

Y el carbonerito le contestó cantando:

Tamborcito de cuero de piojo,
varita de hinojo
La princesa mudó de color al verse perdida, pues veía al carbonerito muy sucio y muy feo, pero:

-Palabra de Rey no vuelve atrás -dijo su padre-. No tienes más remedio que casarte.

Para esto, el camarista del Rey se encargó de alistar al carbonero para la boda, los pajes lo bañaron en agua de rosas y hierbas de olor, le pusieron vestidos de seda y encaje, convirtiéndolo así en un niño precioso.

La princesa no se cansaba de mirarlo. "Ayer tan feo, hoy tan bonito", se decía, y así diciendo se celebraron las bodas, que entre cohetes, iluminaciones y músicas, duraron más de ocho días.

Para entonces el carbonerito se acordó de su madre, mandó enganchar una carroza de oro y la fue a buscar a su jacal. La viejita de pronto no lo reconoció y pensó que venía de parte del Rey a traerle las nuevas de la muerte de su hijo. Así que para qué les cuento el gusto que tuvo cuando se dio cuenta de que aquel príncipe tan elegante era nada menos que su propio hijo. Y para no hacerles el cuento largo, les diré que el niño se llevó a su mamá a vivir con él a palacio; que a Corrín Corrán, Oyín Oyán y Comín Comán, los nombró ministros del reino y que él y la princesa:

Vivieron felices,
comieron perdices,
y a mí no me dieron
porque no quisieron.



Fuente




http://www.guillermoromero.es/cuentospopulares/index.php?section=15&page=-1

Juan Antonio Quintero Piña

Pedro Quintero García

Del matrimonio del general Quintero con la señorita Dolores Piña, nacieron tres hijos, Juan Antonio, Carlos e Inés y desde temprana edad en el primero -nació el 13 de junio de 1849-, se preocupó de edu­carlo y a este objeto le procuró maestros privados, entre los cuales estaba el señor Gil y Luis Cazorla. Cuando estalla la guerra federal se empeña en acompañar a su padre montado en la grupa de su caballo y en un asalto inesperado, una bala le rozó la frente dejando una ci­catriz superficial.

El padre temiendo males mayores porque el muchacho era inquieto, decide enviarlo a un colegio de Popayán bajo la protección de un pa­riente lejano residente en esta población.

Terminada la guerra con la victoria de la Federación, el jovencito regresa a su tierra con el grado de bachiller y se dedica a incrementar el hato de La Quintereña, cuyos rebaños habían disminuido alarma­ntemente. Emprende una labor faraónica, reposición de las cercas de los potreros, la compra de vacas y sementales en Apure y la reconstrucción de caneyes y ranchos para la peonada. Con elementos de la tropa de su padre, a quienes les había donado parcelas, se dedicó a In siembra de conucos y represar las aguas del río para asegurar agua durante la estación seca.

En verdad tres años después recoge los frutos de sus desvelos al comprobar un resurgimiento de la finca, se habían multiplicado las cose­chas, 200 novillos gordos había vendido, se había fabricado queso en poca cantidad, habían comprado más de trescientos becerros y los frutos menores los recogieron para enviarlos al mercado.

El general no quiso utilizarlo en cargos políticos, aunque liberal de convicciones, se dedicó a formar grupos partidistas entre sus compañeros y al efecto fundaron un periodiquito llamado El Combatiente dirigido por veteranos periodistas, donde semanalmente aparecían artículos doctrinarios.

A los 22 años se une en matrimonio con la bella señorita Clara To­rres y tiene los siguientes hijos: Conchita, Carlos y Juan Antonio, este último fallece a los cuatro años.

El día de su esposa, para festejar a Santa Clara el año de 1894, sufre el gran golpe de comprobar la muerte de ésta y la intoxicación de más de cien invitados por una torta cuyos orígenes jamás se esclarecieron y por voluntad de Quintero no continuaron las averiguaciones en que se presumían complicadas personalidades opositoras al liberalismo.

En 1900 decide contraer nupcias con la señorita Socorro Escobar y procrea a Juan Antonio, Rosa Efigenia y Clemencia; el primero como fatal coincidencia muere a temprana edad, como si el destino impidiera la vigencia de este nombre.

En ese tiempo abre un almacén de víveres y mercancías y empieza a trabajar en este ramo y a pesar de haber perdido mucho con la pesada muerte de su progenitor y las guerras civiles que asolaron el llano, la fortuna le sonrió con muy buenas utilidades. En sociedad con mi tío, don Sebastián García, formó una sociedad para beneficiar ganado en el mercado de Guanare, extendiéndose sus actividades a la venta de grandes hatajos de novillo hacia los pueblos de la cordillera.

La enfermedad de su segunda esposa, un largo proceso donde agotó todos los recursos posibles, tratamientos en Caracas, aplicación de todos los tratamientos, luego de largos sufrimientos la pobre dofia So­corro moría de cáncer en el seno, la madrugada del 11 de noviembre de  1919.

Don Juan Antonio padeció en su vejez los ataques agudos del reumatismo articular que llegó a impedirle los movimientos naturales y a pesar de los tratamientos aplicados la marcha de sus terribles dolencias sólo eran aliviadas con los calmantes conocidos.

En unión de su hermano Esteban, mi padre, acostumbraba ocurrir a los baños sulfurosos de agua fría y caliente llamados de Santa Ana, cercanos a Biscucuy, allí tomaba un número determinado de inmersiones que según él le proporcionaba grandes alivios.

Sin solicitar ayuda alguna, le costaba caminar valiéndose de baston  de apoyo y como era natural estaba imposibilitado de atender sus numerosas obligaciones y un día decidió entregar a su hijo Carlos, ausente desde largo tiempo, el hato y a su yerno Francisco Delgado la responsailidad del negocio mercantil y libre de estas obligaciones se entrega al ocio y el descanso hasta que un día lo encontraron muerto, quien sabe si a causa de un paro cardíaco. El 2 de junio de 1921 fue sepultado en medio del respeto y el aprecio general.

Don Juan Antonio poseía grandes cualidades, acostumbraba enviar su óbolo a los ''pobres vergonzantes'' que según él eran los que padecían mayores necesidades, sencillamente porque, no solicitaban la caridad pública. Cuando alguien se le acercaba con la mano extendida, siempre contribuía con alguna moneda.

Como una reliquia sentimental conservó bajo su cuidado un soldado espaldero de su padre que lo mantenía con un viejo fusil, especie de guardia en el portón de su casa. También tuvo un muchacho sirviente que lo apodó Fu de la Fa a quien le dejó unas tierras como herencia.

¡Ese fue Juan Antonio Quintero Piña!



Referencia


Quintero García, Pedro 1991. Guanaguanare. Biblioteca de temas y autores portugueseños. Ediciones del Congreso de la República. pp 

domingo, 18 de marzo de 2018

Angulo Ariza: El de la palabra fácil y ordenada; gesto enérgico y afable a un tiempo; ideas claras; inteligencia aguda

Dr. Francisco López Herrera 

Señor Presidente de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales Señores Académicos; Señoras, Señores: La palabra fácil y ordenada; el gesto enérgico y afable a un tiempo; las ideas claras; la inteligencia aguda. Así conocí, ha casi un cuarto de siglo, al Dr. Félix Saturnino Angulo Ariza, cuando yo atendía a sus clases de Derecho Procesal Penal en la Facultad de Leyes de la Universidad Central de Venezuela, que entonces funcionaba en la misma casa donde hoy nos encontramos. Había ingresado como Profesor a dicha Facultad el año de 1928 y desde entonces se pasea por las cátedras de Derecho Penal, de Derecho Mercantil, de Economía Política, de Derecho Romano, de Derecho Civil y de Derecho Constitucional. Pero la que regenta con singular maestría, a partir de 1937 hasta su jubilación en 1958, es la de Derecho Procesal Penal: puede decirse que, en su época, el Dr. Angulo es en Venezuela el Profesor por antonomasia de esa disciplina. Incluso, ya jubilado por la Universidad Central, continúa durante muchos años dando clases de Enjuiciamiento Criminal en la Universidad Santa María. El paso del Dr. Angulo Ariza por las aulas universitarias, ha dejado huella. Buena parte de las reformas de que ha sido objeto nuestra legislación procesal penal en los últimos decenios, es fruto directo o indirecto de sus enseñanzas. Tuvo como preocupación básica en la cátedra, grabar en la conciencia del alumnado la idea de que el reo -sin menoscabo de las necesidades de justicia y de seguridad jurídicaes un ser humano que, como tal, merece respeto y compasión, pues su vida futura, independientemente del fallo que recaiga, habrá de quedar definitivamente afectada por el proceso. Demostró, por otra parte, un especial y reiterado interés por el estudiante de Provincia y se esmeraba en prepararlo cabalmente para sus actividades futuras, pues estaba convencido de que la materia Penal, en sus aspectos sustantivo y adjetivo, sería el campo más general y constante de su ejercicio profesional. Significa, además, un especial mérito en la actividad docente del Dr. Angulo, el haber sido iniciador de una verdadera escuela de profesores de Procedimiento Penal. Cuando aún se encuentra en la plenitud estimula y ayuda a su discípulo, el Dr. Pedro Mantellini González, a fin de que se convierta en Profesor Adjunto y luego en Titular de la materia. Mantellini, a su vez, actúa en su oportunidad de idéntica, con el prematuramente desaparecido Dr. Ernesto Faría Galán; y éste, por su parte, procede de igual modo con el Dr. Carmelo Lauría Lesseur. Así pues, en un momento dado, la enseñanza del Enjuiciamiento Criminal es impartida en todas las Facultades de Derecho existentes en Caracas –Universidad Central de Vernezuela, Universidad Católica Andrés Bello y Universidad Santa María-, por el propio Dr. Angulo Ariza y pos discípulos inmediatos o mediatos suyos. El Profesor Félix Saturnino Angulo Ariza recogió sus lecciones universitarias en un volumen intitulado "Cátedra de Enjuiciamiento Criminal", que él no tuvo la satisfacción de ver, pues la edición sólo quedó concluida después de su fallecimiento. Esa obra constituye un permanente recordatorio de su labor magisterial. Empero, quienes le conocieron mejor que yo, saben que la cátedra más elevada e importante del Dr. Angulo no era alguna de las que regentaba en las Universidades de esta ciudad, sino la que dictaba -de palabra y con ejemplo- en su propio hogar y ante un grupo de aprendices no menor de los que en mi época cursábamos el último año de Derecho. La casa de Angulo Ariza, en efecto, albergaba no sólo a su esposa y a sus cuatro hijos, sino también a sus sobrinos consanguíneos y afines, a amigos y a protegidos oriundos de su nativo Estado Portuguesa, que allí encontraban sin distingo alguno de trato, afecto, posada, alimento, enseñanza y consejo. El Profesor Angulo fue, en realidad, un auténtico pater familiae, tal como en la antigua Roma se entendía esa expresión: su potestad y su protección se extendían por igual, con generosidad y desprendimiento, a todos sus allegados, amigos y relacionados. Si la labor de Angulo Ariza como maestro fue importante, no iba a la zaga su actuación judicial. En esta otra fase de su carrera se inicia en 1926, cuando es designado mienbro de la antigua Corte Suprema de Justicia del Distrito Federal, pero adquiere especial relieve durante su larga permanencia en la Alta Corte Federal y de Casación y en la Corte Suprema de Justicia. Sus decisiones y ponencias, particularmente en materia penal, son modelo de técnica y precisión, dentro de un marco de brevedad y humanismo. Como Magistrado y como Conjuez de Casación, además, sabia insinuar al Juez de Instancia, sin entrometerse en el fondo del asunto –lo cual le estaba legalmente vedado- la forma apropiada de decidir conforme a Derecho, cuando encontraba que el planteamiento de la sentencia casada era también incorrecto. Mientras estuvo alejado de la magistratura judicial y de las actividades políticas, el Dr. Angulo alternaba la docencia universitaria con el ejercicio competente y honesto de la abogacía. Y ese triple aspecto de su personalidad -dedicado Enseñador de Leyes, recto Impartidor de Justicia y distinguido Abogador de Derechos explica el merecido y público homenaje que, aún en vida, le rindiera en 1968 el Colegio de Abogados del Distrito Federal. El Dr. Angulo Ariza, que había nacido en Guanare en 1890, creyose llamado al servicio de la Iglesia, por lo que cursó estudios como seminarista, primero en Barquisimeto y luego en Caracas. Convencido de su error antes de recibir las sagradas órdenes, trueca la sotana por la toga y se inscribe en la Facultad de Derecho de la Universidad Central, donde culmina sus estudios summa cum laude en 1918, luego de una serie de interrupciones determinadas por la actividad política estudiantil, de la cual él no fue precisamente un mero espectador. Se traslada entonces a su lar nativo y se dedica a la enseñanza en el Colegio Federal de Guanare, hoy Liceo Unda. Luego ejerce la abogacía en los Estados Portuguesa, Zamora y Apure. Retorna a Caracas para presentar examen integral y optar al título de Doctor en Ciencias Políticas y Sociales, que obtiene con las máximas calificaciones en 1924. Su tesis de grado fue un interesante trabajo sobre "El Consentimiento de la Madre para la Legitimación de los Hijos Naturales" En distintas épocas de su vida, el Dr. Angulo prestó distinguidos servicios al Estado venezolano: ocupó la Secretaría General de Gobierno en los Estados Zamora y Portuguesa; la Dirección de Ganadería del Ministerio de Agricultura y Cría; y el ViceRectorado de la Universidad Central. También fue legislador: y como Diputado al Congreso Nacional del Estado Portuguesa, desempeña en 1941 el cargo de ponente de la Comisión de Estudio del Proyecto del Código Civil que aún hoy nos rige y lleva a cabo la delicada labor de adaptar ese Proyecto a su texto definitivo. Fue galardonado con la Orden del Libertador, con la de Andrés Bello y con la del 27 de Junio. 

Tan variadas y múltiples actividades no le impiden interesarse en otros tópicos. Respalda de manera decisiva los esfuerzos del Hermano Nectario María de la Congregación de La Salle, para hacer proclamar como Patrona de Venezuela a la Virgen de Guanare, Nuestra Señora de Coromoto. Presta inestimables servicios a la Sociedad Bolivariana de Venezuela, cuya Vice-Presidencia llegó a desempeñar. Publica importantes trabajos sobre "Don Pedro Gual" y "Bolívar en la Llanura". 

Con natural elocuencia pronuncia discursos de orden en actos dedicados a venezolanos ilustres: Monseñor Dr. José Vicente Unda, Dr. Francisco Antonio Rísquez, Dr. Nicomedes Zuloaga, Dr. Carlos Siso, Dr. José Antonio Bueno, Dr. Luis Olavarría Matos, Dr. Tomás Liscano, Monseñor Dr. Nicolás Eugenio Navarro. . . En 1949 es electo Individuo de Numero de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, para ocupar el sillón vacante por la muerte del Dr. Carlos F. Grisanti; pero sólo se incorpora en 1971 y en esa oportunidad presenta como trabajo, un estudio sobre "La Constitución de 1811". 
A mediados de 1972, el Colegio de Abogados del Estado Portuguesa rindió homenaje a la memoria del Dr. Angulo Ariza, quien había fallecido a fines del año anterior. Correspondió pronunciar el elogio al Dr. Lisandro Urriola. Lo inició con tres versos de Antonio Machado: Vivid, la vida sigue, los muertos mueren y las sombras pasan; lleva quien deja y vive el que ha vivido. Gratitud -indica el Diccionario de la Real Academia Española- es el sentimiento por el cual nos consideramos obligados a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera". Gratitud es el sentimiento que impera en mí en el actual momento. Gratitud para con todos vosotros, señores Académicos, que habéis querido hacerme partícipe de esta docta Corporación. Gratitud, especialmente, para con quienes propusieron mi nombre para ocupar el sillón vacante por la muerte del Dr. Félix Saturnino Angulo Ariza. Gratitud -de manera señalada y particular- para con el Académico Dr. José-Loreto Arismendi, quien no satisfecho con las constantes y delicadas demostraciones de afecto y de estima que ha tenido para conmigo, tomara la iniciativa y la decisión de hacerme honrar con el ingreso a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales. Espero poder corresponderos, cumpliendo con fidelidad y dedicación los deberes que me impone vuestra amable escogencia. 

 Discurso de incorporación del Dr. Francisco López Herrera a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales 17/04/1972


Sillón N°8 Academia de Ciencias Políticas y Sociales.

Dr. Félix S. Angulo Ariza
Electo en sesión de 30 de septiembre de 1949.
Se incorporó el 15 de julio de 1971. Murió el 26 de diciembre de 1971.

Dr. Francisco López Herrera
Electo en sesión de 17 de abril de 1972.
Se incorporó el 4 de diciembre de 1974.
Murió el 26 de agosto de 2015.

Referencia
Lopez Herrera, Francisco.     Discurso de incorporación del Dr. Francisco Lopez Herrera a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales http://acienpol.org.ve/cmacienpol/Resources/IndividuosDocs//22/sillon%208-1.pdf