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"La historia está presente y nos rodea en todas las horas, porque no es otra cosa que la vida” Arturo Uslar Pietri

sábado, 24 de marzo de 2018

Juan Antonio Quintero Piña

Pedro Quintero García

Del matrimonio del general Quintero con la señorita Dolores Piña, nacieron tres hijos, Juan Antonio, Carlos e Inés y desde temprana edad en el primero -nació el 13 de junio de 1849-, se preocupó de edu­carlo y a este objeto le procuró maestros privados, entre los cuales estaba el señor Gil y Luis Cazorla. Cuando estalla la guerra federal se empeña en acompañar a su padre montado en la grupa de su caballo y en un asalto inesperado, una bala le rozó la frente dejando una ci­catriz superficial.

El padre temiendo males mayores porque el muchacho era inquieto, decide enviarlo a un colegio de Popayán bajo la protección de un pa­riente lejano residente en esta población.

Terminada la guerra con la victoria de la Federación, el jovencito regresa a su tierra con el grado de bachiller y se dedica a incrementar el hato de La Quintereña, cuyos rebaños habían disminuido alarma­ntemente. Emprende una labor faraónica, reposición de las cercas de los potreros, la compra de vacas y sementales en Apure y la reconstrucción de caneyes y ranchos para la peonada. Con elementos de la tropa de su padre, a quienes les había donado parcelas, se dedicó a In siembra de conucos y represar las aguas del río para asegurar agua durante la estación seca.

En verdad tres años después recoge los frutos de sus desvelos al comprobar un resurgimiento de la finca, se habían multiplicado las cose­chas, 200 novillos gordos había vendido, se había fabricado queso en poca cantidad, habían comprado más de trescientos becerros y los frutos menores los recogieron para enviarlos al mercado.

El general no quiso utilizarlo en cargos políticos, aunque liberal de convicciones, se dedicó a formar grupos partidistas entre sus compañeros y al efecto fundaron un periodiquito llamado El Combatiente dirigido por veteranos periodistas, donde semanalmente aparecían artículos doctrinarios.

A los 22 años se une en matrimonio con la bella señorita Clara To­rres y tiene los siguientes hijos: Conchita, Carlos y Juan Antonio, este último fallece a los cuatro años.

El día de su esposa, para festejar a Santa Clara el año de 1894, sufre el gran golpe de comprobar la muerte de ésta y la intoxicación de más de cien invitados por una torta cuyos orígenes jamás se esclarecieron y por voluntad de Quintero no continuaron las averiguaciones en que se presumían complicadas personalidades opositoras al liberalismo.

En 1900 decide contraer nupcias con la señorita Socorro Escobar y procrea a Juan Antonio, Rosa Efigenia y Clemencia; el primero como fatal coincidencia muere a temprana edad, como si el destino impidiera la vigencia de este nombre.

En ese tiempo abre un almacén de víveres y mercancías y empieza a trabajar en este ramo y a pesar de haber perdido mucho con la pesada muerte de su progenitor y las guerras civiles que asolaron el llano, la fortuna le sonrió con muy buenas utilidades. En sociedad con mi tío, don Sebastián García, formó una sociedad para beneficiar ganado en el mercado de Guanare, extendiéndose sus actividades a la venta de grandes hatajos de novillo hacia los pueblos de la cordillera.

La enfermedad de su segunda esposa, un largo proceso donde agotó todos los recursos posibles, tratamientos en Caracas, aplicación de todos los tratamientos, luego de largos sufrimientos la pobre dofia So­corro moría de cáncer en el seno, la madrugada del 11 de noviembre de  1919.

Don Juan Antonio padeció en su vejez los ataques agudos del reumatismo articular que llegó a impedirle los movimientos naturales y a pesar de los tratamientos aplicados la marcha de sus terribles dolencias sólo eran aliviadas con los calmantes conocidos.

En unión de su hermano Esteban, mi padre, acostumbraba ocurrir a los baños sulfurosos de agua fría y caliente llamados de Santa Ana, cercanos a Biscucuy, allí tomaba un número determinado de inmersiones que según él le proporcionaba grandes alivios.

Sin solicitar ayuda alguna, le costaba caminar valiéndose de baston  de apoyo y como era natural estaba imposibilitado de atender sus numerosas obligaciones y un día decidió entregar a su hijo Carlos, ausente desde largo tiempo, el hato y a su yerno Francisco Delgado la responsailidad del negocio mercantil y libre de estas obligaciones se entrega al ocio y el descanso hasta que un día lo encontraron muerto, quien sabe si a causa de un paro cardíaco. El 2 de junio de 1921 fue sepultado en medio del respeto y el aprecio general.

Don Juan Antonio poseía grandes cualidades, acostumbraba enviar su óbolo a los ''pobres vergonzantes'' que según él eran los que padecían mayores necesidades, sencillamente porque, no solicitaban la caridad pública. Cuando alguien se le acercaba con la mano extendida, siempre contribuía con alguna moneda.

Como una reliquia sentimental conservó bajo su cuidado un soldado espaldero de su padre que lo mantenía con un viejo fusil, especie de guardia en el portón de su casa. También tuvo un muchacho sirviente que lo apodó Fu de la Fa a quien le dejó unas tierras como herencia.

¡Ese fue Juan Antonio Quintero Piña!



Referencia


Quintero García, Pedro 1991. Guanaguanare. Biblioteca de temas y autores portugueseños. Ediciones del Congreso de la República. pp 

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