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"La historia está presente y nos rodea en todas las horas, porque no es otra cosa que la vida” Arturo Uslar Pietri

domingo, 22 de diciembre de 2024

DISCURSO MORAL QUE EN LA APERTURA DEL PRIMER CURSO DE FILOSOFIA EN EL COLEJIO DE GUANARE

 DISCURSO MORAL

QUE EN LA APERTURA DEL PRIMER CURSO DE FILOSOFIA

EN EL COLEJIO DE GUANARE

PRONUNCIÓ SU RECTOR EL DOCTOR JOSE VICENTE DE UNDA

EN LA FESTIVIDAD RELIJIOSA DEL PATRON

SAN LUIS GONZAGA

QUE PRECEDIO AL ACTO.

X

ANO DE 1833.

Barquisimeto. Imprenta de Pablo Maria de Unda.

1833,


Preparada la Capilla del Colejio al estilo de la universidad de Carácas en actos semejantes, se reunieron treintiseis jóvenes aprovados en latinidad, de los cua- les nueve eran de San Carlos, Yaritagua, Barquisime- to i el Tocuyo, i el Pro. Mtro. Macario Yepez uno de los dignos conductores de ellos ofició la misa solemne que precedió à la funcion literaria que se imprimirá por separado.

SIC ERAT IN FATIS.


DISCURSO MORAL

QUE EN LA APERTURA DEL PRIMER CURSO DE FILOSOFIA EN EL COLERO DE GUANARE PRONUNCIO BU RECTOR EL DOCTOR JOSE VICENTE DE UNDA EN LA FESTIVIDAD RELIJIORA DEL PATRON HAN LUIS GONZAGA QUE PRECEDIÓ AL ACTO.

Ut in onnibus honorificetur Deus. 1.

Petri C. 4. v. 11. 

Que Dios sen honrado en todas las cosas son palabras de....


En todo cuanto hacemos debe Dios hallar su gloria. Esta es una maxima constante de la moral cristiana. Aun en los negocios temporales, es necesario obrar por principios, i motivos es- pirituales. Está escrito que por las cosas visibles de la tierra se entreven las invisibles del cielo, per ca, quæ visibilia sunt intellecta conspi. ciuntur.

Ya comprendeis, catolicos, que yo vengo á hablaros hoy de una empresa humana, del establecimiento de una clase de filosofía, que se ha de abrir en esta mañana bajo los auspicios sagrados del angel tutelar de las escuelas. Yo no me atreberia á interrumpir los divinos oficios, si la materia fuese enteramente profana, ni mezclaria entre los inciensos consagrados á la divinidad, unos intereses puramente humanos, en un dia que la iglesia ha señalado para celebrar Ins virtudes de uno de sus mas queridos hijos, el inmortal San Luis Gonzaga. ¡Pero será estraño que al ofrecer á Dios el homenage de nuestros cultos en obsequio del patron de la juventud estudiosa, se hable tam- bien de los estudios son acaso incompatibles las ciencias con las virtudes! no podemos ser á un mismo tiempo devotos de San Luis i profesuros do las letras!

La ignorancia, catolicos, está abjurada por el Espiritu Santo: nolluit intelligere ut bené age- ret, no quisieron saber por no obrar bien Quia tu scientiam repulisti, repellam te... dice el profeta Oseas, por que tu despresiaste la ciencia, yo te despreciaré. Al contrario impuso Dios un precepto espreso en el capitulo 10. del Levitico, ordenando que todos adquieran ciencias para que sepan discernir lo santo de lo profano, i la iglesia canta, que la boca del justo ha de meditar continuamente en la sabiduría. Os justi meditabitur sapientiam.

Contraigamonos al asunto de mi tema, honremos á Dios en todas las cosas; honremosle con nuestra devocion al glorioso San Luis Gonzaga: punto 1. honremosle con nuestras tareas literarias punto 2. dos reflexiones que ocuparán este breve rato, si me prestais vuestra atencion, i me ayudais antes á implorar las luces del Espiritu Santo por la intercocion de su augusta esposa invocandola con las mismas palabras con que la saludó el glorioso arcangel San Gabriel cuando la dijo:

AVE MARIA.

Que el camino del cielo son el de la humildad, pobresa, i retiro lo dice el santo evangelio; pero que tam bien se suba à la gloria por medio de los honores, de las digoidades, i de la grandeza del mundo lo acredita el Señor de tiempo en tiempo ofreciendonos heroes que exitan nuestra admiracion, i nos convidan á seguir su egemplo. Uno de estos es el gran Santo á cuya memoria consagramos esta festividad relijiosa, San Luis Gonzaga principe de Mantua, i Marquéz de Castellon. Maravilla és os ta del poder de Dios es verdad; pero no es un imposible con la gracia de Dios. La misma grandeza de que los mundanos abusan para desagradar á su majestad, sirvió å Gonzaga para colocarlo sobre nuestros altares. Dios le hizo grande en la tierra, i el supo hacerse mas grande para el cielo.

Cuando el Señor då nacimiento, ilustre, abundantes riquezas, puestos altos, i todo aquello que el mundo llama fortuna, los hombres se engrien, se, envanecen, i con un corazon henchido de bienes perecederos se olvidan de. los eternos: pero que diferente impresion hi- cieron aquellos en el corazon de Gonzaga! Mientras los demas hombres sucrfiican su vida, su quietud, i aun su conciencia por adquirirlos, él no pensó en otra cosa que despreciarlos, i formar su felicidad sobre bases mas solidas.

Si, católicos, desde los siete años de su edad consagró su tierno corazon á Dios. i arreglo su método de vida con tales progresos, dice el Cardenal Belarmino, que á los nueve hizo voto de guardar perpetuamente su virginidad, voto que observó con tal perfeccion que jamás llegó a mirar la cara a mujer alguna, sin eceptuar å su propia madre por que sabía que todo objeto de esta especie es su enemigo, que los ojos son traidores, i que el aire que se respira en el mundo está envenenado, i puede lastimar esta virtud, asi como el viento fuerte marchita las flores,

En una palabra él poseyó la virginidad en tal grado, que ecepto la Reina de los Angeles, es uno de los primeros modelos que reconoce la iglesia; mantuvo su candor ileso, y no sintió aquellos estimulos de la carne, que hacian gemir al Apostol San Pablo, i decir como desesperado ¿quis me liberabit de corpore mortis hujus! No tuvo contra esta virtud ni pensamientos involuntarios, ni representaciones feas, ni sueños menos honestos; por eso i con mucha razon le llama la iglesia Anjel en carnes ú hombre sin carne.

Jóvenes estudiosos, aprended å ser puros, Gonzaga s es vuestro modelo, no espereia que un triste desengaño os obligue å verter lagrimas de confusion. Dios no quiere los despojos de la culpa, ni las sobras despreciables de vuestra edad. La juventud, la juventud florida es la que Dios reclama, la juventud inocente es la que agrada a Su Majestad, por que ordinariamente es la parte mas pura de la vida, y la menos mancillada por el pecado. puesto que ni se tiene tanta noticia de lo malo, ni hay tanto poder para ejecutarlo, i ademas de que estando mas reciente la gracia del bautismo, está menos sucia el alma que la recibió. Por eso el Sefioros dice repe- tidas veces en el ecleciastes; acuerdate de tu criador en el tiempo de tu juventud: vecibe la instruccion en los primeros dias de tu niñés i en otro capitulo dice el Espiritu Santo: El joven segun los caminos de su adoles- cencia asi serán los términos de su vejez, adolescens jux la viam suam etiam cum senuerit non recedet ab ca.

Mas si las palabras, i autoridades de las santas escrituras no hastan, jóvenes muy amados, para convenceros de esta necesidad, baste el jemplo de vuestro patron; yo no os lo propongo despues que entró en la compañia de Jesus, despues que siendo relijioso fué un asombro de penitencia: yo os lo propongo en el siglo, rodeado todavia del esplendor de su casa, i del brillo de los honores, yo os lo propongo en en el estado en que estais vosotros, jóven, secular, i estudiante. Vosotros lo teneis por vuestro angel tutelar, está bien: la silla romana ós lo declaró asi por el órgano del Sumo Pontifice ¿por que no podeis sor i hacer lo mismo que este santo hizo, i fubt ¿quidni poteris, dice San Agustin, quod, isti, et ista potuerunt! joven fué como vosotros, hijo de Adan, i de padres pecadores, un origen corrompido, i una rais amarga fué el principio de su existencia, él vivió en el mismo mundo que habitais zen que consiste pues la diferencia de sus inclinaciones, i las vuestras? Consiste en que el consagró su corazon à Dios desde que le conoció, consiste en que maceró su cuerpo antes que pudiese ser delincuente; consiste en que no le dió cuartel al pecado. ¿Que os prohibe pues á vosotros para que podais hacer lo mismo? Las mismas promesas que le animaron a ser casto, son las que animan à vosotros, el mismo paraiso, que & 61, está ofrecido á vosotros. Demasiado viejo es el mundo para que no esteis dosengafiados de su falcedad, i de sus escollos: mil ejemplos habeis leido, i una constante esperiencia acredita el término funesto, que tiene una juventud corrompida esperimentad pues en cabeza agena, sed inocentes como la paloma, i cautos como In serpiente. Jóvenes venturosos, honrad por último & Dios con vuestra devocion, é imitacion & San Luis, como os lo propuse en mi primera parte. Honradlo tambien con vuestras tareas literarias, como os lo propondré en la segunda.

Segunda parte.

El hombre ignotante en su creacion era tambien sabio, justo, i dichoso, por que hallaba dentro de si mie- mo los principios de la sabiduria, i las reglas de acciones. Ninguna ignorancia oscurecia su entendimiento, ninguna concupiscencia inquietaba su corazon, ni las esperanzas eran convatidas de temores, ni las alegrias mezcladas de pesares. En tal estado el hombre era el retrato de las perfecciones formado por las manos de un Dios. Esta es la grata historia del primer hombre colocado en el paraiso, i esta suerte hubiera cabido à su descendencia, si él hubiera sido siempre fiel al supremo autor de su ser.

Mas vosotros lo sabeis, Adan pecó, i la fatal trascendencia de su pecado volcó todos los elementos de nuestra dicha: la negra ignorancia cegó la fuente de la sabiduria, i condenő al hombre à solicitarla al travéz de los errores.

Cuantas opiniones, cuantas disputas, dividieron las escuelas de los primeros filosofos; unos dudaban de todo, i otros juzgaban que todo lo sabian; unos no que rian conocer Dios alguno, y otros formaban dioses à su modo. Roma aquella capital del universo, que se gloriaba de poseer las ciencias, i la politica adoro dioses ridiculos, i abrazó todas las supersticiones de las naciones que habia vencido. Pitagoras, Platon, Seneca, i Aristóteles, aquellos filosofos que parecian inspirados del cielo no fueron mas felices en este punto. La sabiduria ponderada del Egypto, de la Grecia, i de Roma fué una escuela de absurdos, de politeismo, i de idolatria. Los libros de las Sibilas i las ceremonias religiosos de Numa Pompilio no se dirijieron à otra cosa, sino à adorar los dioses del Capitolio. Ved aqui una ignorancia que no pudieron sacudir los ingenios mas sublimes de la antiguedad. La revelacion sola, catolicos, solo la revelacion comunicó al mundo ideas esactas de la verdad por que solo un ser infalible puede ser el autor de ella.

Mas que medios tan dificultosos para conseguirla. Ella debia imprimirse á los hombres en los primeros años de su juventud, cuando no es vida la razon, cuando se desarrollan las paciones todas, cuando la subordina, cion, i el estudio están en pugna con el atolondramiento de la edad.

Mas alabados sean los concilios de Nicen en el siglo 4º, de Toledo en el 6, i el de Trento en el 16 que inventaron enclaustrar la juventud estudiosa, é insti- tuir los colejios para contener la inquietud de aquella edad. Es tan conforme la iden de la sabiduria con la clausura, i el retiro; que en el siglo 10. en que oprobio del enten- dimiento humano se hizo alarde de la ignorancia, solo en los monasterios se albergáron las ciencias. Por esto principio es que los papas santos, i los sabios reyes de comun acuerdo han fundado colejios in- numerables, que con la direccion de maestros cientificos, la severidad, i el buen orden mantengan la fuente preciosa del saber. Las repúblicas bien organisadas, como la nuestra, se han hecho un deber de preferencia protejer estos establecimientos, para que dén sabios magistrados, doctos naturalistas, ministros santos del altar.

Ah! Juliano Apostata prohibió por un edicto à los cristianos el estudio de las ciencias, i esta prohibicion, dice San Agustin, fué mas ominosa que la tremenda cuchilla de los tiranos, por que ésta fertilisaba jos campos de la iglesia produciando mártires á millares, i aquella era y es la laguna sonagosa que arroja los alitos inmundos de la impiedad, i el libertinaje.

Si, estudiosa juventud, la virtud es hermana lejitima. de las letras, asi como la inmoralidad es el aborto de la ignorancia. Es muy exacta esta idea, por que entonces se vive sin leves, sin costumbres, sin reglas, ni freno, i parece que el cielo en sus endjos abre el averno, i lan- za las tinieblas como un azote de los hombres.

Jóvenes venturosos, hoy vais á dar un paso gigantexco en la carrera del saber; al año completo de haberse abierto estas puertas para los alumnos de San Luis, se establece una catedra de filosofia. Vosotros vais à dar un soplo de vida á la jeneracion prosente, y a llenar las intenciones que tuvieron vuestros abuelos en la fundacion de esta santa casa; deber sagrado que os impone el eco de sus Manes desde la tumba, El cielo os ha decorado con talentos, i es pecesario emplearlos bien. Un vasto campo se os prepara para ejercitarlo con suceso.

La filosofia, si, la filosofia es el motivo noble de vuestras nepiraciones, i hoy es el premio grandioso de vuestras tareas. Habeis ascendido á la primera escala de Minerva, sois gramáticos, i de hoy en adelante seréis filosofos porque con la llabe del idioma latino habeis abierto el arca de los secretos humanos, en que está contenida la simiente de todas las ciencias. Vais à principiar por el entendimiento, á despejar la razon, pulirla, i perfeccionarla. La logica os enseñará à percibir las ideas, ordenarlas, i compararlas para discurrir con criterio, i no su combir al error.

La fisica tratará de los cuerpos, su gravedad, sus movimientos, su organisacion, i estructura. La astronomia os levantará a la esfera celeste, i hará que desciendan de alli esas masas enormes que embellecen el universo para medirlas noå bajo ba por medio del calculo, pesarlas, i cirounscribirlas la orbita que deben llevar en sus jiros.

La ética formará el corazon, ensefiará al filosofo Kus deberes para con Dios, para con los hombres, i para consigo mismo, i la metaficica última parte de la filosofia os pondrá en contacto con la divinidad, tratará de los espiritus, i en primer lugar del Espiritu Soberano autor del universo, en cuanto pueda percibirse con las luces naturales.

Que embelezo! por mas que yo apure las fuerzas de mi entendimiento, i aunque lo ayudase con las frases de la retórica, no podria desempeñar con suceso es te panegirico.

¿Habrá una ciencia mas encantadora? la habrá mas necesaria El hombre sin estos conocimientos, yo me atrevo à decirlo, es una especie de automata que se mueve sin saber por que, es un ser que piensa, i discurre & tientas, i por instinto.

¿Pero donde voy? Mi imaginacion se pierde. Concluyamos. Cursantes de filosofia, alumnos de San Luis, jóvenes estudiosos de todas clases, lo que falta esta on vuestras manos; el santo temor de Dios como principio de toda la sabiduria initiun sapientiæ est timor Domini, la devocion à San Luis Gonzaga como vuestro patron, i una constante aplicacion á las letras como un medio para saber. Sobre todo gravad en vuestros corazones el tema que hé propuesto en este discurso ut in omnibus honorificetur Deus, que en todo sea honrado el nombre de Dios, para que con vuestras tareas consignis mañana ser el honor de vuestras casas, la alegria de vuestros padres, i el timbre de este pueblo, i ademas que ellas os proporcionen el estado que os ha de conducir à la gloria que os deseo en el nombre del Padre &. 

AMEN.



DISCURSO DE ORDEN PRONUNCIADO POR EL PROFESOR JOSE SANTOS URRIOLA

DISCURSO DE ORDEN PRONUNCIADO POR EL PROFESOR JOSE SANTOS URRIOLA, EL DIA 16 DE ENERO DE 1992, 

EN LA SESION ESPECIAL CON QUE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA CONMEMORO LOS CUATROCIENTOS AÑOS DE LA FUNDACION DE GUANARE

Atendiendo al generoso mandato de la Academia Nacional de la Historia, ocupo la tribuna con motivo de la conmemoración de los cuatrocientos años de la fundación de Guanare. Otros de mis coterráneos, con mayor lucimiento que yo, han podido asumir tan honroso compromiso. Y si he atendido, tras muchas vacilaciones, la designación con que me honra esta ilustre Corporación, lo hago con plena conciencia de mis limitaciones, porque me obliga la magnanimidad de los señores académicos, por amor a mi ciudad nativa y porque mis paisanos hubieran visto, en la negación a aceptar el honor que me confiere la Academia, un desacato a la fidelidad del guanareño por su tierra. De cualquier modo, y sin dudas, por razones del corazón. Así quienes me escuchan extremarán su benevolencia frente a la parquedad de los talentos que el Señor --en su infinta sabiduría- tuvo a bien concederme. Disimularán las torpezas e inexactitudes de un neófito en saberes históricos. Excusarán la efusión del sentimiento, a falta del rigor científico en esta exposición. 

Porque no sería yo quien viniera a presumir de docto ante los guardianes de la memoria nacional, de las advertencias y avisos que de ella se desprenden para el presente y el futuro de los venezolanos. Hablaré entonces del Guanare que me consta, a través de la propia experiencia y de la tradición familiar --que el pueblo de mi niñez y mi adolescencia, se conformaba, prácticamente, en los términos de una sola familia-. Pero lo demás, poco tendré que decir sobre Guanare, después de tres discursos de tanta monta como los pronunciados por Alexis Márquez Rodríguez, en el Concejo de Caracas; Cipriano Heredia Angulo, en el Congreso Nacional; y Pedro José Urriola Muñoz, en la propia ciudad del Espíritu Santo del Valle de San Juan de Guanare, dentro de los actos centrales del Cuatricentenario. 

Por lo demás, la mayor parte -si no la totalidad- de lo que ahora diré aquí lo he compartido antes con mis paisanos, que para ellos escribo con, quizás, abusiva frecuencia. Más aún, incurro en la inmodestia de pretender representarlos, de algún modo. Para ello, sólo cuento con el común sentimiento de lealtad al terruño. Con la pureza de la intención y con el ánimo puesto en el dicho de que el llanero es del tamaño del compromiso que tiene por delante. Esto, simplemente para buscarme consuelo, empinándome, hasta donde sea posible, sobre mi propia cortapisa intelectual, en honor a las mujeres y los hombres de Guanare. Aunque, en el fondo de mi intimidad cobre certidumbre una ancestral advertencia: ni yo mismo me arriendo las ganancias. 

Ahora, aun así, quedaría mucho todavía, al adentrarnos en la dimensión del afecto. En ese algo que, de algún modo, revive la emoción de la infancia, anochecer del sábado -afuera, se encendían las luces de la plaza Bolívar-, frente a la custodia de la Virgen de Coromoto. Y, a partir de allí, muy de paso y con la prudencia de quien se aventura por el cercado ajeno, suscribiría yo una tesis que, a estas alturas, nada tiene de novedosa ni original. Y no lo hago para justificar mis erratas e invenciones. Sino por esa especie de tentación a que todos cedemos, alguna vez, de ratificar con cierta solemnidad nuestras opiniones -aun sin fundamentos de ciencias- en el coloquio familiar. 

Así, pues, me acojo a la ya usual afirmación de que la sustancia de un pueblo no se agota en los papeles de archivo. Y que, al contrario, se expande por las fantasmagorías, las ilusiones y los espejismos del común. No pocas de las historias oficiales, tan cuidadosas de las apariencias, frecuentemente se revisten de ellas, para encubrir lo que, al desnudo, resultaría pura ficción. Y, porque suena a lugar común casi tronitoso, podríamos ahorrarnos la repetición de aquello de que muchas de las más desaforadas fabulaciones se sustentan, a menudo, en lo incontrovertiblemente histórico. La cuestión, entonces, exigirá el ejercicio de la inteligencia. Separar el grano de la paja, cuando sea estrictamente necesario. Y cuando no, admitir la hermosura de la espiga, sin deshacer su integridad. De tal manera, se articularían la insoslayable puntualidad del historiador y las creaciones de la imaginación popular, en un animoso y fructífero intento de entender el complejo social. Y desde esa perspectiva, la presencia de nuestros fantasmas familiares -el Silbón, la Llorona, el Chivato ... - se explicaría, en su momento -medio siglo atrás, un puñito de casas entre la noche y la soledad dal llano-, por la ausencia de alumbrado eléctrico. De ahí, la casera teoría de la electrocutación de esos fantasmas -hoy en día, bien dudosa, cuando los niños se aterrorizaban con los espectros importados por la televisión. 

Pero mal andaría quien no se detuviera en la eficacia poética de nuestras narraciones de aparecidos y espantos, para tocar un extremo la tradición oral. Pues bastaría con rastrear en los orígenes hispanos, indígenas y negros de esas fábulas, indisolubles, en su hora y punto, de la realidad cotidiana; tangibles casi como la cruz del Cerro del Calvario o la plazoleta del mercado viejo, al sol del mediodía. Porque habría también que contemplarlas en sí mismas. Como objetos de arte. Como productos de una platería verbal de generaciones de artistas cuyos nombres se quedaron fuera de los tratados de literatura. Como construcciones del espíritu -los raigales miedos del hombre y sus conjuros-, en que, de algún modo, se integran signos fundamentales del alma colectiva. Así, no tengo el menor empacho en afirmar que muchas de esas fabulaciones se revelan, a mis ojos, con tanta poesía como las mejores leyendas del romanticismo. 

De tal forma, no me siento capaz de hablar sobre Guanare sin ubicarme dentro de lo que, paradójicamente, pudiera definirse en términos de una amorosa objetividad. No hablaré de Guanare sin emoción. Pero no falsearé las cosas para acomodarlas al sentimiento de don Jorge Manrique, de que "cualquier tiempo pasado/ fue mejor ... ". No caeré en lo que García Márquez llamase "la trampa de la nostalgia". No retocaré mis evocaciones para decorar postales de consabida añoranza. Lo cual tampoco significa que me regodee en el llanto por nuestros antiguos males. Porque, dada mi condición de guanareño, respondo a la obligación de la esperanza. Por eso mismo, estoy aquí, señores y señoras. Y desde aquí, vuelvo la vista a mi tierra. El Estado de Portuguesa tiene forma de corazón. Está donde la serranía, trocada ya en colinas, se desmaya femenilmente en el pecho del Llano. O donde la llanura se yergue para abrazarse a los Andes. Un problema de geografía romántica, pues. Tierra de ríos, como una íntima Mesopotamia. En el mapa se entrecruzan decenas de venillas azules, casi cantarinas. Por entre esa maraña fluvial, llegó, hace cuatro siglos un capitán portugués -abuelo de Bolívar- merecedor de un canto de Os Lusíadas. Se llamaba Juan Fernández de León y estaba destinado a fundar la Ciudad del Espíritu Santo del Valle de San Juan de Guanaguanare. Había cruzado leguas y leguas de caimánes, jaguares e indios bravos. Montañas interminables, verdes, ocres, grises, pardas ... Una tras otra. Leguas de selvas y llanuras, de acechanzas, ponzoñozas, sudores, pus, malos sueños y añoranzas, bajo el zumbar de insectos grandes como pájaros; en espera del silbido de la flecha emplumada, mientras el eco multiplica los rugidos del puma. Y más allá, el terrífico metal de los caribes, la raya, el temblador, el chaparral en llamas. Pero, como en la tragedia antigua, algún dios terrible exigía mayores sacrificios. Y en las revueltas aguas del Temerí -o río de los Estribos- pereció una mujer lusitana. Nada sabemos de ella. Debió de ser como Santa Isabel de Portugal, que daba rosas y monedas a los pobres. Y algo de encantamiento hubo en su muerte. El río verdugo comenzó a llamarse el Río de la Portuguesa. Y el nombre se extendió por la comarca con su suavísimo aroma de milagro. 

Allí, Guanare que alcanza cuatrocientos años de historia venezolana, con sus luces y sombras, bajo el vibrante sol del Llano. Y es la historia que, de pronto, se hace maravilla, cuando la Virgen ilumina la choza del cacique Coromoto. Adquiere acento plutarquiano en la voz de José Vicente de Unda, sacerdote y repúblico, el 4 de julio de 1811, cuando, por última vez, razona ante Dios y sí mismo, su voto a favor de la independencia. Se mantiene límpida, como un aire de la montaña sobre el Llano, en el corazón de la gente brava, humilde y noble de mi pueblo. 

Allí, al pie de la última estribación de la cordillera, donde arranca la llanura, está Guanare con su sencilla gravedad de viejo pueblo criollo. Aquí las piedtas y los caminos, los muros, los ladtillos, los árboles, los cauces -diría que aun las nubes- tienen su historia y su leyenda. Cada cosa está allí en memoria -presente u olvidada- de algo que, gústenos o no, viene a tocarnos muy de cerca. Angustias, crueldades, amores, injusticias, fe, desesperanzas, tozudez, debilidad, ternuras de millares y millares de hombres y mujeres. Los indios despojados de lo suyo, en el cerro y la sabana. Los que huyen hacia los pajonales del sur, ululantes como perros heridos y terminan, los más los huesos al aire, bajo la reveroniana luz de los esteros. Los otros que no lograron escapar y fueron ejemplarmente ejecutados, como lo aconseja la justicia de Su Majestad Católica, para llevar el saludable temor y el bien mandado sosiego al corazón de los súbditos de esta parte del mundo. Y junto a eso, innegable, el conquistador que se aquieta. La sed, la calentura y la hamaca. Un día, la convalencia, la sonrisa del maíz y la del hijo mestizo. 

Sobra la tierra aquí. Guanare es apenas unas cuantas callecitas angostas y empedradas, la torre de la iglesia y un puñado de casas, en la mitad del desierto. Sobra la tierra, jugosa de verdura, donde pace el ganado andaluz de largos cuernos. Sobra la tierra para ir con los rebaños, si arrecia la sequía, hasta el mismo Apure. Y sin embargo, de cuando en cuando, se anima la municipalidad con un pleito de límites. Un señor reivindica sus confusos derechos sobre un par de leguas de bosques y praderas que ocupa otro señor, con títulos inciertos. Se alborota el cotarro. Salen a danzar por los empedrados historias de familias que todo el mundo sabe. No falta el pescozón a la salida de misa, el garrotazo aleve y hasta el rezongo de una espada, más óxido que filo. Todo se extingue, al fin y al cabo, en el sedante amarillear de papeles del juzgado español. Lo que no impide, por cierto, la resurrección del litigio, cuando algún leguleyo, medio hambreado, vuelve a menear la causa. 

Siglos de avemarías, temblores de tierra, muertos, aparecidos, procesiones, hierras de ganados, conjuros, alfarería, inundaciones, cólicos misereres, sequías, chismorreos, hematurias, toros coleados, lentas mamposterías, fundaciones, carreras de cintas, oraciones para el gusano de las vacas, duelos y guayabas maduras. Los pequeños esclavos que la señorita -dulce de leche, incienso y azahar- obliga a pararse en el hormiguero del patio, bajo la sombra del mango, detrás de la cocina; y el otro, el negro grande, que se insolentó con el amito y es arrastrado, a la cola de un potro, espantando lagartijas y perdices, por los terronales del verano. 

Gente cavilosa aquella, diagnosticará don Mariano Martí, cuando llega a la ciudad, por principios de 1778. Allí durará ocho meses, en el desarrollo de la ciclópea visita pastoral suya. Trece años por la diócesis de Caracas. La que entonces, valga la acotación al margen -a ojo de buen cubero--, comprendería un tercio del territorio actual de la República. En Guanare, Su Ilustrísima ve, refl~iona, prevé y actúa; se informa, juzga, escarmienta, moraliza, anota, avisa, advierte, amonesta, provee y dispone, con el tremendo peso de su meticulosa autoridad. Así, a expensas propias, inaugura el hospital, que sólo existía de nombre, pues en él no había una cama. Reorganiza el convento de San Francisco, que no contaba con ocho frailes ni alcanzaba a cubrirse con un buen techo de tejas. Soluciona el problema del abastecimiento de agua de la ciudad, abriendo una acequia desde el río próximo hasta la huerta franciscana. Esto de un lado. Que del otro, concilia voluntades de vecinos poco dispuestos al diálogo, a tiempo que arremete ferozmente contra adúlteros, concubinos, mujeres de mal vivir y otras especies pecaminosas. 

No hubo cosa de la que no se ocupara este ilustre señor. Por él sabemos que, para la fecha, se contaba con tres maestros en Gu.anare. Venancio, un cuarentón muy pobre que se limitaba con escaso provecho -más por desinterés de los guanareños en la educación de sus hijos que por incapacidad del preceptor- a la enseñanza de las primeras letras; don Domingo López, joven clérigo de cualidades jamás bien medianas, según puede leerse entre líneas, que dejará pronto la pedagogía, para entrar de lleno a la carrera eclesiástica; y el mejor, a juicio de Martí: don Francisco de Velasco. Nacido en el "Reyno de Aragón" y persona de "genio deambulante" -única tacha que le encuentra su obispo-, Velasco había pasado por Carora y Carache, antes de parar en Guanare. Ello aparece registrado en el Libro Personal de Su Señoría. Allí, se dedica al "dicho Velasco" un sustancioso párrafo, donde se incluyen tanto informaciones acerca de su carácter y sobre sus condiciones de educador, como ciertas consideraciones en tomo a la necesidad de que prosiga en las tareas docentes, aunque se imponga el sacrificio de sus aspiraciones al sacerdocio, y hasta la conveniencia de que contraiga matrimonio, en la ciudad. Todo ello, en el propósito de que el pueblo no se quede sin un buen maestro de Gramática. Y lo más probable: que don Francisco de Velasco, ayuno del valor suficiente para poner -como se dice- "tierra de por medio", terminara por amoldarse a la imperiosa voluntad del obispo y renunciara a su antigua vocación trashumante. De ahí, tal vez, la noble tradición de maestros de escuela que distingue a Guanare. Cualidad que hallará su cabal expresión en el más preclaro de los guanareños: el doctor José Vicente de Unda. 

Por aquí pasaron las primeras partidas de insurgentes voceando la recién nacida libertad. Entonces, un caracolear de señoritos, excesivamente almidonados, en caballos lustrosos de gordura, por las calles de piedras. El apelotonarse, para verlos, de las muchachas, tras la celosía; y el donaire de las mulatas, fustanes desgarrados y patas en el suelo. Pero también la fuga del zambo que dieron por ahogado en Pozo del Horno, y después emergió, quién sabe cómo, con un pañuelo colorado en la cabeza, al frente de una banda de lanceros, ajustándoles cuentas a los blancos, por los llanos del oeste. Pero nuestros soldados pusieron su parte de guanareños para ganar la Guerra Grande. En la madrugada de Ayacucho, en el montón de voces venezolanas, se oía el sonsonete un tanto sordo, cortado de aspiraciones, ligeramente ceceoso, que define el habla de Guanare. Esaban allí, quizás temblando de frío, que no de miedo. Con miedo no hubieran ido hasta allá, tan lejos del pueblo, a poner su partecita, para ganar la guerra. 

Ganamos la guerra. Pero cuánto perdimos. Cómo contar los mozos nuestros que se quedaron con un lanzazo en el pecho, en lo que va de Guanare a Ayacucho. Cómo saber de los que se nos perdieron por la Nueva Granada, por Quito y por el Nuevo Reino del Perú. Cómo curar a los que regresaron sin una pierna o un brazo. O a los que volvieron, mutilados por dentro, el ceño como un tajo en la borrachera sombría. Ganamos la guerra. Pero, ¿quién recoge ahora las ganaderías salvajes? ¿Quién apuntalará estas casas de ruinosos aleros? ¿Quién consuela a las mujeres? ¿Quién nos quita el cansancio de trece años de victorias? Es la hora del tedio sobre la sangre seca. El bostezo, cuando algún ingenuo -que los hay todavía- habla de la gloria. El sonreír fatigado cuando otro ingenuo fantasea con sus planes ele fomentos agrícolas. 

Pero, cuenta la tradición de Guanare, por mayo de 1825, la terquedad vascoazteca-guanareña del padre José Vicente de Unda, cura y vicario de la iglesia de Nuestra Señora de Coromoto, ganaba su más fiero combate, en la --de puro distante-- casi legendaria capital de Colombia. La tozudez del doctor Unda --decían los viejos- había perseguido al Libertador, como un amable remordimiento, por las costas y las sierras de la América meridional, entre deshechas caballerías, pólvoras húmedas, carestía de víveres, arcos de triunfo, saraos e intrigas palaciegas, recordándole -sin faltar al debido acatamiento-- la fidelidad de Guanare a la causa patriota y la esperanza que, en materia de educación, igual que en lo demás, ponían en Su Excelencia los jóvenes llaneros. 

Y ahora, en Bogotá -finas lanzas de lluvia, con tientas de huracán y ragaduras de niebla-, Francisco de Paula Santander, vicepresidente encargado de la presidencia -"vengo a decretar y decreto"-, decide la erección del colegio de Guanare. El primero de la República en el Departamento de Venezuela. Para su manutención se aplicarían los recursos del convento que, en la segunda mitad del siglo xvm, fundaron los hermanos de San Francisco en .la mariana ciudad. Abrirá sus puertas en 1832, bajo el patronazgo de San Luis Gonzaga y la rectoría de Unda. Hasta hoy se conserva, antes con la denominación de Colegio Federal y hoy con el nombre de su esclarecido fundador. Un claro ejemplo de la constancia que pone el guanareño en sus empresas de bien. Porque -de acuerdo con las crónicas del viejo Guanare- las cartas de Unda fueron dando tumbos, de la ceca a la meca, por esteros y páramos, entre riadas y yermos; y alcanzaron el potro de Bolívar, en el reflejo salobre del Pacífico, en la ventisca de los Andes del Perú, más allá de más nunca. 

Después, años de tranquilidad aparente. Porque aquí, en el pueblo, las cosas no se enderezan. Pasa el tiempo -interminables mediodías, alucinantes crepúsculos, primas noches de grillos y de ranas- entre contabilidades de mostrador y de esquinas, con silletas recostadas en la pared: fanegas, almudes, cuartillas, pesos y reales, sin que nadie quede satisfecho a la hora de acostarse. Algunos empiezan a preguntarse qué sacaron en limpio de la Independencia. Una quemante frustración devora las entrañas de la gente, corroe la apacibilidad de los patios, perturba la quietud de los corredores de ladrillos, deteriora la penumbra de los aposentos, se enciende bajo los techos de palma y llamea en los caneyes de los peones. Cuando venga la Guerra de los Cinco Años, encontrará centenas y centenas de hombres, a caballo y a pie, dispuestos para jugárselo todo en la puesta de la justicia federal. 

Guerras y paces amordazadas. Violencias de los alzados. Violencias de los gobernantes. Por más que suenen los tambores y las cornetas, se escucha, en el cuartel-prsión, el alarido de los torturados. Por el cementerio, el tiro con que rematan a los fusilados. Una descarga de máuseres en la casa de gobierno y el trote desesperado de quien escapa por la calle real. La gallarda aventura del general José Rafael Gabaldón, con la cual se restea -valga la expresión coloquial- la juventud de Guanare. La batalla en el pueblo. El sabor fugaz de la victoria. Arden las serranías de Biscucuy en la minuciosa persecución de los rebeldes. Pasan maniatados los cautivos hacia el castillo de Puerto Cabello. 

Para los años treinta, Guanare agoniza. Apenas se oía el latido de su pulso en la soledad de la sabana. Las buenas gentes, gastadas por el paludismo, mano sobre mano, se miraban las caras macilentas, con las fuerzas prendidas en un soplo de brisa como fiebre. Por los terronales de abajo, como se llama en guanareño la sabana austral, bajo el cielo en llamas, deambulaban unas cuatro vacas, muertas de sed. Ello permitía clasificar a Portuguesa como estado ganadero. Y, aclaraban  los textos escolares, productor de queso y de cueros de res. Algunos añadían las plumas de garza, como un levísimo recuerdo de la belle epoque. Allá, a las doce del día, el canto de una tórtola, por lados de los cerros, sonaba como una campanada de melancolía. Desde su breve pedestal, un Bolívar de mármol veía pacer los burros en la plaza. Y hasta en el botiquín de la esquina, las conversaciones morían de inanición. 

Todo parecía extinguirse, gota a gota, como se va la vida de un enfermo deshauciado al compás del tinajero. Y de pronto, en febrero, el revivir de las fiestas coromotanas. Llegaban romerías de Caracas, de Valencia, de Barquisimeto, de Maracaibo, del país entero. Cristianos de fe capaz de mover montañas, que venían por entre el polvo gris del verano. Hombres y mujeres de todas las edades y de las más variadas condiciones, que llegaban sucios de camino, sudorosos hasta la deshidratación, con una palabra de alegría a flor de labios. Como alguien --hijo fiel- que retorna a la casa materna. Y, durante media semana, Guanare crecía en millares de habitantes, en fervor mariano, en el más puro sentimiento de solidaridad humana. Porque cada hogar de Guanare se abría a los peregrinos, con un sentido de hospitalidad casi beduina. Después, se marchaban los visitantes y caía sobre el pueblo aquel silencio viscoso que parecía ahogar hasta el verde del árbol. 

Pero un día apareció el milagro de la Malariología, como llamó el bravo pueblo al pequeño y formidable ejército que, organizado y dirigido por el doctor Amoldo Gabaldón, ganaría la guerra más importante de Venezuela, después de la Independencia, bajo la consigna de "por un pueblo sano en un ambiente salubre". Los cruzados contra el paludismo, que en Guanare encabezó un hombre humilde y recio, don Rafael Blanco Gásperi, uno de aquellos venezolanos que asumieron el reto de la malaria como una ofensa personal y decidieron cobrársela hasta verle el hueso al enemigo -para expresarlo con criolla ferocidad-. Así veo hoy a los de la Malariología, porque los vi, como héroes de una entrañable reconquista, cuando se jugaban la vida, la hacienda, la honra y -se diría- hasta el alma inmortal, en la empresa de disputarle al señorío de las sombras el pedacito de tierra caliente y dulce que Dios nos prometió a los guanareños. 

Desde entonces, Guanare, por la voluntad de supervivencia -la virtud más sobresaliente de mi pueblo, junto con su vocación de cultura y su hidalguía sin fatuidad ni esfuerzo-, acentúa su proceso de afirmación vital. De tres mil habitantes que la buena voluntad del Hermano Nectario María -ilustre guanareño nacido en Francia e insigne promotor del culto nacional a la Virgen de Coromotonos artibuía, por el año treinta y cinco, hemos pasado a una población que sobrepasa, con bastante holgura, el número de los ciento treinta mil vecinos. Pocas ciudades han visto tan rápido desarrollo en tan poco tiempo. Pero eso no es lo más importante. Gracias a su privilegiada sitµación geográfica --debid,1 a !a provisión de los fundadores: levantar una ciudad para llenar el vacío entre El Tocuyo y la Nueva Granada-, en un fértil cruce de caminos, Guanate ofrece oportunidades para un desenvolvimiento excepcional en los diversos órdenes de la actividad humana. Estudios de la Universidad de los Llanos Occidentales así lo demuestran. Como también exigen el planeamiento y la realización de programas, en los cuales se armonicen los imperativos de un desarrollo sostenido con  el manejo adecuado de la naturaleza, la preservación del ambiente y el mejoramiento de la calidad de la vida. 

Para ello se requiere la formación y el perfeccionamiento de recursos humanos, capaces de enfrentar el reto que el destino le plantea a la ciudad, en los siglos que vienen. Y eso resulta asequible en la medida en que sigamos el ejemplo de nuestros mayores, centurias atrás, y de hombres que, hoy como en el ayer inmediato, han hecho de Guanare, dentro y fuera de los términos municipales, una morada para el talento y la probidad. Existe, pues, una alentadora tradición de cuÍtura y de laboriosidad, para edificar sobre ella un futuro esperanzador. Existen, asimismo, problemas, seculares algunos de ellos, como la escasez de agua, aberrante en una ciudad situada entre ríos. Problemas grandes, medianos, pequeños. Problemas . . . Sea propicio el cumpleaños de nuestra procera ciudad para enfocarlos sin pasión, con ánimo librado de prejuicios, en clima de fraterna convivencia. Para tratar de solucionarlos, cada quien en su medida de responsabilidad guanareña. Que es muy buena medida de venezolano y de hombre.


Referencia

DISCURSO DE ORDEN PRONUNCIADO POR EL PROFESOR JOSE SANTOS URRIOLA, EL DIA 16 DE ENERO DE 1992, EN LA SESION ESPECIAL CON QUE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA CONMEMORO LOS CUATROCIENTOS AÑOS DE LA FUNDACION DE GUANARE https://biblat.unam.mx/hevila/BoletindelaAcademiaNacionaldelaHistoriaCaracas/1993/vol76/no301/3.pdf