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"La historia está presente y nos rodea en todas las horas, porque no es otra cosa que la vida” Arturo Uslar Pietri

jueves, 26 de septiembre de 2013

COLUMNA DE HONOR: Monseñor José Vicente Unda

CAPITULO VII
COLUMNA DE HONOR

En esta selección hemos incluido una muestra expresiva de aquellas personalidades relevantes de esta ciudad señorial que dejaron una trayectoria luminosa en la historia, en la seguridad de haber procedido con entera imparcialidad.

Monseñor José Vicente Unda
Monseñor José Vicente Unda 30/01/1777-19/07/1840

Este virtuoso clérigo humanista, pedagogo de grandes quilates, Obispo de Mérida y prócer de la Independencia, es digne de que sus restos reciban el homenaje del Panteón y repose a perpetuidad al lado del Libertador, a quien acompañó en las jornadas cívicas de la libertad.

Es inconcebible esta ausencia, explicable por haber faltado la insistencia de los congresistas portugueseños en reivindicar este derecho inobjetable. Hacemos votos para que en no lejano tiempo se obtenga la realización de una esperanza profundamente sentida en la colectividad portugueseña.

José Vicente nace en Guanare el 30 de enero de 1777, sus padres don José Francisco de Unda, de rancio abolengo y doña María García descendiente de una dinastía india mejicana, cuya numerosa prole gozaba del respeto y el aprecio de toda la sociedad.

Niño prodigio aprendió con facilidad las primeras letras enseñadas por su padre y como en ese tiempo se carecía de planteles organizados, el párroco Francisco de Alvarez lo instruyó en materias avanzadas como gramática, latín, filosofía e historia, y tal fue la preparación obtenida que en un concurso promovido por la Curia Metropolitana obtuvo una beca para seguir la carrera eclesiástica.

Ya en Caracas es internado en el seminario y demuestra desde el principio una sólida vocación orlada de un raro talento; en las difíciles asignaturas ocupa los primeros puestos y se gana la confianza de maestros y compañeros; es promovido a decurión y en ocasiones suple la ausencia de los catedráticos con lujo de detalles. Luego de aprobar el curso reglamentario con altas notas recibe solemnemente las órdenes sagradas de manos del Arzobispo en 1800, regresa a su hogar para recibir las bendiciones paternales y las felicitaciones de la sociedad.

Es designado sacristán mayor, luego cooperador y por último vicario del partido. Previamente obtiene el doctorado en Cánones y desempeña accidental la cátedra de filosofía en la Universidad, excusando la función permanente por los cargos aceptados en su tierra.

El sacerdote, con sus especiales dotes no tarda en conquistar el aprecio y la consideración de toda la feligresía por la suavidad de su trato. y la generosidad de sus actuaciones al punto de ser el "paño de lágrimas" de los humildes hogares.

Pronto se destaca como orador de sólida envergadura, sus sermones contienen profundas enseñanzas, su discurso sobre Ayacucho es una pieza de antología patriótica, un himno de gloria para Bolívar y Sucre y todos los vencedores en la batalla.

Poseía una cultura enciclopédica cónsono con su condición religiosa que sabía guardar las distancias entre la Escolástica y los librespensadores para emplear decisiones de acuerdo con las necesidades de la época. Abrazó la causa de la independencia como un militante de primera fila para merecer la grave responsabilidad de ser diputado al Primer Congreso republicano y de esa manera tiene el honor de firmar el Acta de la Independencia.


Confraterniza con Miranda, Bolívar y los más relevantes patriotas; como presidente de la Junta de Festejos se esmera en atender al. Libertador a su paso en la Campaña Admirable por Guanare, aboga por los prisioneros españoles y le proporciona el grandioso recibimiento y aprovecha la ocasión para obtener la promesa de un colegio.

En 1823 funda el primer periódico de la región llamado La Aurora de Apure y lo transforma en vocero republicano; como senador al Congreso colabora en aprobar leyes, códigos y reglamentos para estructurar la marcha de la República.

Cuando llega la oportunidad organiza la apertura del Colegio San Luis Gonzaga, ocupa el antiguo convento y se dedica a equipar al nuevo plantel con todo lo necesario a su buen funcionamiento, gracias a la contribución de la sociedad guanareña y del vicerrector Pbro. Dr. Liborio Colmenares.

El 1 de septiembre de 1831 se inician las clases con una inscripción e 60 alumnos para el primero y segundo año de bachillerato, con un brillante cuerpo de catedráticos y a vuelta de poco tiempo su fama se extiende y de muchos pueblos lejanos acuden en solicitud de admisión; cuando el rector Unda estaba esperando la graduación del primer grupo de bachilleres, es llamado a desempeñar las funciones de Obispo de Mérida, y con el corazón partido de dolor acepta la designación y el 12 de noviembre de 1836 es consagrado en la iglesia de San Francisco por el Arzobispo Ramón Ignacio Méndez, y parte a ocupar la sede vacante. Se detiene en Guanare para despedirse de sus seres queridos. 

Con lágrimas en sus ojos reza en la capilla del colegio para que el Ser Omnipotente proteja el futuro destino de aquella querida institución.

Llega a Mérida en los primeros días de enero del 37, lo espera un alborozado recibimiento hasta llegar a la Catedral donde se reviste de ornamentos litúrgicos y con mitra y báculo recorre las naves del mplo y al terminar el tedéum bendice a su grey y en la noche asiste banquete ofrecido por las autoridades.

En seguida recibe el homenaje de la sociedad y pueblo en discursos y obligaciones, ofreciendo él su corazón y su espíritu como garante de sus buenas intenciones en el decurso de su apostolado.

De esa manera y con tan buenos augurios estudia a fondo las necesidades de la Diócesis y dirige su mirada a los problemas de la pobrecía y la infancia abandonada, y al efecto convoca a un grupo de damas y caballeros para formar una Junta encargada de presentar proyectos dirigidos a fundar instituciones benéficas, y con la ayuda del Ejecutivo y la Municipalidad se crea un refugio infantil destinado a asistir a los muchachos realengos o sin padres conocidos. Más tarde se ocupa de visitar a los enfermos hospitalizados, a ofrecer ayuda a los asilos, a frecuentar escuelas y colegios, a ampliar el seminario y a patrocinar el funcionamiento de las cofradías.
Cada día los feligreses manifiestan su agradecimiento por las obras realizadas por el manso obispo y se apresuran a consignar su óbolo en todas las circunstancias, y cuando más contento se encontraba de sus primeros años de actuación, una cruel enfermedad le arrebata la vida en medio de la consternación de todo un pueblo.

Conforme el ritual litúrgico su cadáver es velado en el altar mayor de la Catedral y después desde los solemnes oficios, acordes con su alta dignidad episcopal es sepultado en la cripta señalada para inhumar los prelados fallecidos. El 14 de julio de 1840 es recordado en la historia de la Diócesis Emeritense como un dia de luto en que falleció un gran obispo.
De acuerdo con su última voluntad su corazón fue trasladado a Guanare; en la Basílica Catedral existe un altar donde está la reliquia que diariamente es objeto de veneración pública.

El juicio penal

Como había leído muchas versiones contradictorias sobre este proceso judicial seguido al Pbro. José Vicente Unda —algunos pocos favorables— resolví consultar al Archivo Nacional, cuyo director el Dr. Héctor García Chuecos me atendió con toda gentileza; al exponer yo mi interés en obtener datos, enseguida me presentó el expediente levantado al Vicario de Guanare en su condición de reo de Estado calificado como infidente del Rey. 

Precisamente, me dijo, "estoy escribiendo su biografía y por esa razón tengo a la mano estos recaudos", y me facilitó un escritorio para extraer los más importantes para llenar mi cometido, que no era otro, resaltar la verdad de lo ocurrido.

Lo más curioso del caso era este procedimiento judicial, cuando las autoridades españolas aplicaban en estas circunstancias las sentencias sumarias sin ninguna clase de instancias y cuyo veredicto era siempre la pena de muerte.

He aquí el resumen:

El Intendente de la Provincia de Barinas, Pedro González de la Fuente, traidor de la causa patriota, con fecha 20 de mayo de 1812 ordena al Justicia Mayor de Guanare, Nicolás Trujillo, proceder a la detención de todos los patriotas con claros antecedentes de haber participado en el movimiento emancipador, y entre ellos figuraba en primer lugar el padre Unda.
Como permanecían incomunicados se valieron del correo de las brujas para comunicar al Arzobispo de Caracas el peligro de su situación y como era natural, en compañía de su hermano, también sacerdote, fueron trasladados a Caracas junto con un grueso legajo de las acusaciones, mediante las declaraciones de los siguientes testigos, vecinos del poblado, don Miguel León, Carmelo Huizi, José Ignacio Huizi, Francisco Alvarado y don Miguel Fajardo. Todos detallaron la actuación de los hermanos Unda en la revolución de la Independencia a partir de 1810.

Pasado el expediente a la Real Audiencia, en su sede de Valencia, este tribunal dispuso recibir la declaración indagatoria para anexar a completar las exigencias legales.

El 10 de diciembre asistido por el Deán doctor Pedro Martínez en representación del Arzobispo, principia su declaración negando algunas acusaciones y admitiendo otras con el cuidado de no agravar la culpa de sus paisanos.

Primeramente hizo constar que con el respeto y autoridad que le daban su categoría de vicario, había mantenido en Guanare el orden público para alejar los peligros de las desgracias, y a este objeto había exitado al pueblo en la plaza pública que recibiese con toda la cordialidad a los soldados del rey.

Que había formado parte de todos los cabildos que facilitaron la entrega de la ciudad a las autoridades españolas, y que como diputado del pueblo había recibido a los jefes expedicionarios con el respeto y el acatamiento acostumbrado, y que en todo momento se le ofreció una ocupación pacífica y generosa.

En cuanto a los testigos acusadores les negó toda veracidad por las siguientes razones, Ignacio Huizi por actos inmorales había sido censurado por el Juez Real, Francisco Alvarado era un beodo consuetudinario, y que el Teniente de Justicia era su enemigo declarado, por lo cual negaba autoridad valedera a este grupo de aventureros.

Terminada esta primera citación el padre Unda confiere poder al Procurador de la Audiencia para que lo representase en su defensa donde debía comprobar los falsos testimonios.

Agotados los lapsos probatorios a vista del expediente el Fiscal, doctor José Costa y Gali, en escrito de fecha 21 de enero de 1813 manifestó haber revisado el libelo y luego de una profunda reflexión concluye que no había ningún mérito para continuar la investigación, y por lo tanto a los hermanos Unda debían ser libertados, permitiéndoseles el regreso a su domicilio para reasumir sus obligaciones.


El 3 de febrero la Audiencia Real confirmó las recomendaciones del Fiscal, decretando la libertad de los encausados Pbros. Unda con la siguiente advertencia:

"La Audiencia confía que así como habían contribuido a restablecer el orden en la ciudad de Guanare y se reencargarán las autoridades reales, se dedicarán de ahora en adelante a consolidar la situación persuadiendo al pueblo a encaminarse al bien inestimable de la paz, rectificando las opiniones anárquicas para entregarse de lleno al trabajo fecundo y remunerativo. Sin embargo, esta sentencia relativa a los hermanos Unda, no involucra su responsabilidad como diputado o representante al Congreso revolucionario u otra asociación similar".

Cuando regresa a Guanare el 1 de marzo, se encuentra con la insólita novedad de que todos los compañeros de prisión habían sido libertados sin condiciones.
Hasta aquí se ha demostrado la conducta intachable del venerado Vicario como medio de librar a la ciudad de una ocupación a sangre y fuego.

En todo el proceso sus ideas patrióticas no fueron lesionadas y lleno de optimismo sigue laborando por la soberanía e independencia de la patria.


                                            Pedro Quintero García 



Referencias 



Quintero García, Pedro 1991. Guanaguanare. Biblioteca de temas y autores portugueseños. Ediciones del Congreso de la República. pp 107-113


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