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"La historia está presente y nos rodea en todas las horas, porque no es otra cosa que la vida” Arturo Uslar Pietri

viernes, 12 de abril de 2019

“Pedro Chaplaco”: entre el real y lo fantástico del acervo cultural.

CRÓNICAS GUANARITEÑAS

“Pedro Chaplaco”: entre el real y lo fantástico del acervo 
cultural.


Según investigaciones del inolvidable abogado Ángel Armando Yúnez Diaz, los primeros libaneses llegaron a Guanarito en 1915, huyendo de las guerras. Necesario es destacar apellidos como: Yúnez, Fáez, Asís, Gacelt, Magual, Chamate, Cavada, Baruki, Raidi; y personajes don Miguel Mezerhane, don Pedro Raidi, y a “Musiú Carlos” (el único desafortunado de todos).

De esas descendencias hay mucha tela que cortar, y es propicia la ocasión para recordar a Pedro Ramón Báez (su verdadero nombre); otros lo llamaban Pedro Yajure, porque, supuestamente, era hijo de un libanés con ese apellido, en el vientre de una criolla desconocida. Lo cierto es que desde muchacho fue peón de algunos de sus parientes, los Yúnez. Siempre guardó buena relación con los libaneses y sus descendientes, especialmente con los Yúnez, y cuentan también que le don Pedro Raidi y que le guardaba dinero.
Aquilataba en su perturbada humanidad características físicas y espirituales propias de la novelística galleguiana: la apariencia harapienta, inocentona y supersticiosa de Juan Primito; la zamarrería de Melquíades “El Brujeador” y la gracia genuina de Pajarote, y encarnaba perfectamente a Juan “El veguero” de “Cantaclaro”, pero jamás las bribonadas de Balbino Paiva, porque nuestro personaje era honesto; y no podría tener un espíritu diferente aquel hombre descendiente de la trilogía mestiza del llanero, ligada a la impertérrita raza moruna, curtida en los interminables desiertos del histórico Oriente universal.

Lo conocí de trato y comunicación y fuimos buenos amigos, desde cuando mi madre tenía el restaurante en la vieja casona que fue de don Rafael Cuevas, él comía allá y pagaba con quinchonchos, sacos de yuca, topochos y plátanos; y otras veces me madre le quitaba algún préstamo y él le contestaba: a la tarde se lo traigo, y aparecía siempre con el préstamo en monedas sencillas. Yo creo que hacía esto para impresionar, pues en el pueblo comentaban que tenía dinero enterrado, o en el conuco o en la casa.

En la actualidad, al margen izquierdo de lq que hasta hace 15 años fue la carretera (hoy destartalada por falta de mantenimiento) que se inicia, rumbo a la “Calceta Arriba”, “El Placer”, “La Cebereña” y “Morrones”, se construyó la “Aldea Universitaria”, una modesta estructura, con aires de civilización si la comparamos con lo que hace 40 años era ese lugar. Algunos de los que allí laboran hasta altas horas de la noche afirman haber visto por los pasillos la sombra de un viejo campesino flaco, de mediana estatura, sombrero de cogollo y botas de caucho… sólo se escucha en el silencio la onomatopeya de las botas de aquella sombra fugaz, como si estuvieran llenas de agua: ¡Chaplaco!... ¡Chaplaco!... ¡Chaplaco! Si esto fuere verdad, más allá de lo maravilloso, hay que considerarlo como lógico, dentro de lo verosímil, porque justo en aquel lugar estuvo hasta mediados de la década de los 80 la el conuco o la vega del pintoresco personaje, híbrido de libanés y llanero.

El supuesto origen de su sobrenombre nos remonta a la poesía popular del payador argentino Atahualpa Yupanqui en su canción de arriero “Los ejes de mi carreta” cuando inicia el canto:

Porque no engraso los ejes
me llaman abandonao,
si a mí me gusta que suenen
¿pa qué los quiero engrasaos?

Ese remoquete de “Pedro Chaplaco”, sin querer, lo creó el mismo personaje en su primera juventud, cuando conversaba con los amigos, y les contaba -con la tartajosa voz de anciano que le caracterizó desde joven-, que a él, cuando llevaba el arreo de mulas, lo divertía el sonido de sus botas, mojadas por dentro de sudor: ¡Chaplaco!... ¡Chaplaco! Desde ese entonces comenzaron a mentarlo así, cosa que él rechazaba y se volvía furioso, capaz de agredir a cualquiera con su afilado machete rozador, aunque en verdad, nunca agredió a nadie, aun cuando se daba él mismo la fama de ser experto jugador de garrote. No obstante, fueron muchos los osados que “pidieron cacao” corriendo delante de la amenaza de aquellos tétricos pasos persecutores, mientras le gritaba: ¡Chaplaco!... ¡Chaplaco!... ¡Chaplaco!

Para él existían fechas especiales para el buen vestir: bien fuese el 24 o el 31 de diciembre, o el sábado santo, para ir a la misa, y el día de las elecciones. Resultaba extraño verlo, en lugar de los harapos del pantalón y la franela cruda, manchados de topocho, con un liquilique de lino gris, sombrero “cavalliero” del mismo color, con vuelta “Gardeliana” y un par de alpargatas “Pampaneras”, en vez de botas de goma.
Decía no saber ni la O por lo redondo, pero sabía firmar, y solía leer en voz alta. Muchas veces lo escuchábamos, al pasar por su rancho, leyendo lecciones del libro “Mantilla”. Tras su zamarra imagen de hombre analfabeto, se ocultaba, no un sabio, sino alguien que había asimilado su poca lectura pasada; a veces se ponía a hablar de historia de Venezuela, y si uno le preguntaba el nombre de su padre, respondía: ¡Manuel Piar! Sus innumerables anécdotas, todas son graciosas, algunas muy escatológicas, sin embargo, todavía andan de boca en boca en la oralidad guanariteña. Por ejemplo cuando pasaba con su burro cargado de frutos de su vega y él montado o a pie, soltaba, canturreando coplas como esta:

Del caballo la carrera,
del toro la vuelta el cacho,
de las mujeres me gusta
ponde le sale el muchacho.

Me contó la fallecida doña Luz María Noguera que una vez su madre María Froilana, padecía de dolores lumbares, y Chaplaco le recomendó una pomada llamada “Valera el puy”, que vendían en Farmacia “La Pastora” en Caracas, muy famosa por cierto. Ella tomó muy en serio las dotes medicinales de Pedro y encargó a alguien la pomada. Un mes después la persona a quien ella había hecho el encargo, le contó haber pasado una vergüenza por pedir una vaina que no existía. En cierta ocasión encontró a Delfina Quiñones con un dolor que le empezaba en “la rabadilla” y le salía en las corvas. Entonces Pedro le dice: ¡Mirá, Delfina, lo bueno pa esa vaina son perches de sebo e zorro en hojas de zorrocloco en el rabo! Delfina, que no era pendeja, lo mandó pal carajo con sus recetas, y el hombre se perdió por la calle, en una picaresca carcajada.

Para una semana santa, mi madre dizque le pidió: -Compa Pedro, méteme un morrocoy. El hombre accedió. Cuando estaba en su función de matarife, mi hermano Héctor (“Chochongo”), de 7 años se acercó a curiosear, fue entonces cuando Chaplaco aprovechó la ocasión para su maldad. Cuando Héctor le preguntó por qué abría y cerraba la boca, Chaplaco le dijo: ¡Métale el deo, hijo que ese no jace nada!... el inocente le metió el dedo, cuando doña Lina oyó el grito corrió a ver qué pasaba, vio a Héctor con el dedo sangrante, algunas presas del morrocoy en una totuma, y de Chaplaco ni la sombra. Menos mal que lo que le mandó a meter fue el índice de una mano, si lo manda a meter otra cosa mi hermano no hubieses tenido fama que ha tenido.

Una noche le dio por quejarse, dando fuertes alaridos: ¡me arde el culo! ¡Me arde la cagalera!!Ayayay! Y empezaron a llegar los vecinos a ver qué le pasaba a don Pedro, cuando de repente se levantó, desnudo en pelota corriendo, con el machete en la mano tras de los curiosos. Otra vez comenzó a quejarse de la misma forma, y esta vez fue su vecino Adelis Peraza quien a pesar de las diferencias que tenían, acudió en su auxilio, y al verlo le grita Chaplaco: ¡Adelis, coño e madre, y jacei tú en mi casa, no sabei que somo enemigos por unos gallos! Cuando fue a coger el machete que tenía en un rincón, cogió Adelis un palo de leña y se lo recostó en una costilla… “pa que cogiera filo” –dijo Adelis-

Los últimos días de su vida fueron críticos: le pego un dolor en la cintura y una “esrengadera” que lo puso a caminar en cuatro patas, pero tuvo la suerte de que una vecina: Coromoto Alvarado, la popular “Gorda Coromoto” lo atendía como si aquel fuese su padre. Por esta razón, al morir Pedro Chaplaco, su primo Armando Yúnez le dijo a la generosa mujer que se quedara con aquel rancho, el cual vendió por tenerle miedo al muerto.

Volviendo a lo fantasmal, pienso que es posible que sea el espectro la sombra de Pedro Chaplaco la sombra que recorre los pasillos de la Aldea Universitaria, en busca de un valiente y piadoso que se atreva a sacar el tesoro que –según algunos viejos- dejó enterrado en su otrora conuco, del que tan celoso fue hasta sus últimos días.

Nota: A decir verdad, la imagen que ilustra esta crónica no es la de PEDRO CHAPLACO. La copiamos de la página 104 del libro texto “Abajo Cadenas” o “Juan Camejo”, en el cual aprendí a leer, y siempre, al ver la imagen de varios ciudadanos alzando la vista para leer una información del Consejo Electoral acerca de la importancia del VOTO, uno de esos ciudadanos se me pareció a PEDRO, y por eso se me ocurrió colocarlo allí para que quienes lo conocieron, vean el coincidencial parecido con aquel personaje que se vestía bien en días especiales.



Yorman Tovar (Cronista Popular de Guanarito)

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