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"La historia está presente y nos rodea en todas las horas, porque no es otra cosa que la vida” Arturo Uslar Pietri

martes, 23 de abril de 2019

Discurso de bienvenida a Monseñor Pedro Pablo Tenreiro, Primer obispo de Guanare. F. S. ANGULO ARIZA 1954

DISCURSO DEL DOCTOR F. S. ANGULO ARIZA VOCAL DE LA CORTE FEDERAL Y PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA

—Bendito el que viene en nombre del Señor!

Hubiera querido, señores, no traer aquí un discurso
escrito, de modo que las pautas académicas no hubiesen
puesto vallados al libre vuelo de mi pensamiento, ni aprisionado los latidos del corazón. Bien habríame complacido dejar correr desembarazados mis sentimientos y suelta mi palabra al impulso espontáneo bajo el azul del cielo abierto de mi nativa llanura, sin otro influjo que la inspiración del momento como el torrente que baja de las cumbres andinas y corre rumoroso por nuestros grandes ríos; o la brisa suelta, cargada de esencias agrestes, que juega con las copas de los vetustos samanes, resonantes, en los atardeceres llaneros, con el galerón de los arrendajos
.
Pero con todo apenas si habría logrado cumplir la invocación del salmista: ''jubílate Deo in voce exultacionis \ festejad a Dios con voces de regocijo, tocad vuestras trompetas, tañid vuestras palmas, olí! hijos de Portuguesa, para bendecir y saludar al que viene en el nombre del Señor.

Quién es ese que ha llegado a la noble tierra de nuestros más íntimos afectos, en el nombre del Señor? Es nuestro primer Obispo. Es un hijo de Cristo que ha llegado a la plenitud del sacerdocio; es un heraldo de buena voluntad; un enviado de la fé cristiana; un Pastor, que sólo rige su grey con el callado de la paz y la bendición de Cristo. Es un Príncipe de la Iglesia que viene a través de 20 siglos, por sobre las tormentas de la historia, con el mismo Evangelio de Amor y de Justicia que habló Jesús en los campos de Judea; que los Apóstoles trasmitieron a los Obispos y que estos de boca en boca, de mano en mano, de generación en generación, mantienen incólume . Y pasan los hombres, y caen los imperios, y se levantan las culturas y todas las ideas tienen su ocaso; pero los sucesores de Cristo resisten todos los avalares y todos los sistemas filosóficos, alumbrando los derroteros de la humanidad con la inextinguible luz de aquel Verbo hasta el cual remonta su vuelo el hijo de Zebedeo en el inicio de su evangelio. Verbo en quien estaba la vida "y la vida era la luz de los hombres". Vale decir vida y luz de nuestras almas. Rayo de luz de la razón humana que es apenas un pálido reflejo y una participación de la sabiduría infinita. Esa luz del Verbo que alumbra en el día como un sol y se enciende en las sombras de la noche como una estrella, es nuestra vida porque es la luz de la Verdad. Y la luz, dice el evangelista, en las tinieblas resplandece; mas las tinieblas no la comprendieron. Las tinieblas son los errores, las debilidades, la presunción de los hombres que han querido sustituir la luz increada por ficciones doctrinales y falaces. 

La gran misión que la Iglesia confía a sus Obispos y Pastores es mantener viva, esa luz del alma, que nos alumbra interiormente, por la inteligencia y la conciencia, y es el fundamento de la paz y de la perfecta armonía social. No puede existir el orden jurídico sin la convivencia de los hombres; pero los hombres cegados por las pasiones no alcanzan a amarse cuando no llevan encendida en su vida interior la luz del Verbo, que es la luz de Dios, fuente de la vida. 

Por eso, porque ha venido a residir en medio de este pueblo un enviado del Verbo, nosotros, como lo quería David, nos aprestamos a cantar al Señor un cántico nuevo, con voz de salmo, con trompetas de metal, y sonido de citara; los ríos aplaudirán con palmadas: y juntamente los montes se alegrarán (Salmo XCVII).

 Excelentísimo Señor, lleváis en vuestro horóscopo personal, un designio providencial. Os llamáis Pedro Pablo: simbólica dualidad para un Obispo. Son los nombres de los dos grandes Apóstoles de la doctrina evangélica. Pedro, el humilde pescador del Tiberíades, Príncipe de los Apóstoles, la piedra fundamental sobre la que el Hijo de Dios, construyó su Iglesia y sobre la que ésta ha levantado en la Ciudad de las siete colínas, la Cátedra de Pedro, desde la cual su legítimo sucesor irradia sobre el mundo, y sobre las almas, una palabra de esperanza y de consuelo. 

Pablo, el Apóstol de la gentilidad, que junto con Moisés, al decir de Jacques Maritain, son los dos conductores de almas más grandes que ha conocido la humanidad; Pablo el Apóstol a quien se le dió la Palabra como una espada, para que enseñara el Evangelio a la Iglesia Universal, que él con su lenguaje de fuego, llamara la Iglesia de la incircuncisión. Tocóle en suerte enseñar que el Hijo del Hombre no había venido para este o aquel pueblo, sino para el género humano, que era el Mesías de todas las naciones. Pablo, cuya elocuencia y gran sabiduría, hizo exclamar al Gobernador Festo: "Estás loco, Pablo: las muchas letras te vuelven loco". "No estoy loco, excelentísimo Festo, contestóle, sino que hablo palabras de verdad y de Templanza". 

Vos, Excelentísimo Señor, venís bajo el patrocinio de tan grandes e ilustres Apóstoles, a decir también a vuestros fieles, como Pedro al cojo de la Hermosa, que le pedía una limosna: No tengo oro ni plata; pero lo que tengo, esto te doy: En el nombre de Jesús Nazareno levántate y anda'. O como Pablo a los de Corinto: ''Ay de mi si no anunciare el evangelio!''. Pero no es eso todo. Tenéis en vuestro favor, Excelentísimo Señor, una muestra aún mayor de vuestro providencial designio. El Gobierno de la República y la Santa Sede, animados del encomiable objetivo de hacer más eficaz el servicio espiritual de extensas zonas del país, así como el enorme incremento del culto coromotano, crearon la nueva Diócesis que venís a presidir, en buena hora y para satisfacción vuestra, bajo la advocación de la gloriosa Patrona de Venezuela. Bien conocidos son el celo ferviente y la constante perseverancia con que hace ya muchos años habéis consagrado toda la actividad y clara inteligencia, con que el Cielo os ha dotado, al servicio de nuestra Virgen de Coromoto. Sois, por antonomasia, un Obispo coromotano y, tal es la más cabal ejecutoria con (fue hoy venís a tomar asiento, con derecho propio, en la Sede que se levanta junto al Santuario Nacional de la Madre de Dios. Ese Santuario, es para Venezuela lo que Lourdes para Francia, Fátima para Portugal, Guadalupe para México. Centros de fé, tabernáculos de gracia, fuentes de misericordias: vincules de la venezolanidad, que cobra aquí Insistencia y firmeza. Aquí ha hecho Dios el milagro de fa renovación moral y espiritual de las almas por la renovación de la fé. Aquí ha venido Venezuela entera a reafirmar su catolicidad, y con ello a fortalecer el nexo más potente del alma nacional. 

El Estado, aún en sus modernas teorías constitucionalistas, siendo como es una comunidad sedentaria, sujeta a un orden jurídico, es un complejo de elementos fisicos y morales. Entran en los primeros el territorio; los mares, los lagos, los ríos, las montañas, las selvas, las llanuras. Pero ellos no bastan, ]para constituir una Nación. El territorio aisladamente es un cuerpo sin aliento vital.

El alma le viene de los elementos psicológicos y étnicos: que están integrados por la unidad de historia, por la comunidad de fines, por la unidad de la cultura, por la tradición heroica, por el ser de ayer, por el ser de hoy y por el deber ser de mañana; por la unidad de religión, por la unidad de raza, por la unidad de lengua. Entre estos elementos morales son preponderantes en la determinación del alma nacional, el idioma, la religión y la tradición. El Estado cuida celosamente la conservación del idioma vernáculo y mantiene instituciones para preservar las fuentes históricas porque sabe que son elementos valorativos de su misma razón de ser. Así mismo el elemento moral de la unidad de religión reclama nuestros desvelos y preocupaciones. La historia política de los pueblos revela que aquellas comunidades étnicas en donde se ha mantenido la triple unidad de religión, de idioma y de tradiciones, han resistido las mayores contingencias de la vida: Polonia ha logrado conservar su vínculo nacional a través de todas sus dolorosas caídas porque ha sabido escudarse en el paladín de su fe católica, de su raza y de su lengua. El mismo pueblo de Israel se ha mantenido a todo lo largo de su duro peregrinar de 2.000 años, como una unidad espiritual y racial, como se mantuvo en la diáspora antigua, gracias al empeño heroico con que ha salvado la unidad de su fé, la unidad de su idioma y la unidad de sus costumbres. En cambio cuando el Estado ha hecho violencia sobre la creencia mayoritaria, ha sufrido graves reveses. Sirva de ejemplo reciente el caso de la República española. Cuando unos de sus máximos dirigentes declaró a la faz del mundo que "España había dejado de ser católica" inconscientemente labraba su propia destrucción, porque no se puede sin riesgos inminentes atacar el sentimiento de un país tradicionalmente católico. No quiere ello decir que la República cayó en España por ser precisamente República, puesto que la forma republicana de gobierno en modo alguno es incompatible con el dogma católico. Rebatiendo esas extravagancias el ilustre repúblico Don Xiceto Alcalá Zamora, argüia: "Después de haber proclamado la libertad de todos los españoles, se quiere que el derecho de los católicos sufra una merma, tanto en el derecho de asociación como en el de reunión, el de propiedad, el de enseñanza. . . Y yo no quiero que la Constitución surja deforme, con una desigualdad tamaña" . 

Cuando el gobierno venezolano en ejercicio de la Ley que rige las relaciones entre el Estado y la Iglesia, crea una Diócesis, apoya una institución católica, colabora en la propagación de la fé, cumple una función social de vastas proyecciones en el ámbito de la Patria. Venezuela sin menoscabo de minorías disidentes tiene una fé común y no una creencia cristiana cualquiera sino la fé católica, la que predicó el Apóstol Pablo cuando enseñó a los griegos del Areópago el Deo ignoto; la que informó el Acta del 5 de Julio con estas solemnes palabras : "Nosotros los Representantes de las Provincias Unidas de Venezuela, poniendo por testigo al Ser Supremo de la justicia de nuestro proceder, y de la rectitud de nuestras intenciones, implorando sus divinos y celestiales auxilios, y ratificándole en el momento en que nacemos a la dignidad, que su Providencia nos restituye, el deseo de vivir y morir libres, creyendo y defendiendo la Santa Católica y Apostólica Religión de Jesucristo. como el primero de nuestros deberes:" 

He ahí el más grande y solemne de los juramentos que no sólo es obligatorio para la Potestad Pública sino también para los buenos hijos de la Patria. Los creadores de nuestra nacionalidad nos dejaron vinculados para siempre por la dual obligación de creer y defender nuestra Santa Religión. Ninguno fué más fiel ejecutor del juramento que ungió el acta de nacimiento de Venezuela, que nuestro Libertador y Padre de la Patria y ninguno mostrósele más respetuoso. En ocasión memorable, frente al Ejército expugnador de Santa Fé de Bogotá, por un mal entendido sentimiento realista, algunos Obispos de Nueva Granada hablan lanzado Pastorales contra Bolívar, hiriéndolo en su religiosidad. Refiriéndose a tales documentos el Libertador dirigió una Nota a los gobernadores del arzobispado, y entre otros conceptos decíale: "Denigróse en ella mi carácter, y se me pintó impío e irreligioso, se me excomulgó, y se incluyó en la excomunión a toda mi tropa. . . y se aseguró que todo mi ejército, sin ningún sentimiento de humanidad, venía a atacar nuestra santa e inviolable religión, sus ministros y altares, sus rentas y alhajas, y aún las mismas vírgenes y vasos sagrados"... "El honor del gobierno a que pertenezco, y el sentimiento de lo que me debo a mí mismo y a mis valientes soldados, exigen una justa reparación. Jamás he tomado las armas sino para libertar; y en medio de los combates he confiado siempre en que mi religiosidad contribuyese a mi fortuna. . . Es injusto. . . difamar tan cruelmente a un ejército que no cede en piedad a ningún pueblo cristiano, y cuyo único consuelo en las adversidades es el sentimiento de su propia conciencia y la sagrada religión de sus padres". 

Esta línea de conducta no fué quebrada jamás. Años más tarde al ratificar al señor Don Ignacio Tejada sus Credenciales de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República de Colombia cerca de la Silla Apostólica, dice "Por cuanto importa a nuestra Santa Religión Católica, Apostólica Romana y a la salud y prosperidad de la República de Colombia mantenerse en la comunión del Vicario de Jesucristo y conservar las más estrechas relaciones con la Santa Sede". 

Cuando el Obispo de Popayán por causas políticas comunicó al Libertador que se marchaba a España, Bolívar le contestó: "Sepa V. S. L que una separación tan violenta en este hemisferio, no puede sino disminuir la universalidad de la Iglesia romana, y que la responsabilidad de esta terrible separación recaerá muy particularmente sobre aquellos que, pudiendo mantener la unidad de la Iglesia de Roma, hayan contribuido, por su conducta negativa, a acelerar el mayor de los males, que es la ruina de la Iglesia y la muerte de los espíritus en la eternidad". 

Después de 20 años de una vida la más intensa y batalladora, combativa y combatida, en los anales de América, desde las playas del Orinoco hasta las cumbres del Potosí, entre el vivac de los campamentos, el estruendo de las batallas, los clarines del triunfo y las espinas del martirio, triste, irremediablemente triste hasta la muerte, dice a sus amigos: Tienen ustedes razón, nobles amigos míos: por mi voluntad estaba resuelto a irme; echado, no debo hacerlo, por el honor mismo de Colombia, por el honor de Venezuela. Además, me siento morir, mi plazo se cumple. Dios me llama; tengo que prepararme a darle cuenta y una cuenta terrible, como ha sido terrible la agitación de mi vida, y quiero exhalar mi último suspiro en los brazos de mis antiguos compañeros, rodeado de sacerdotes cristianos de mi país, v con el crucifijo en las manos: NO ME IRE". 

Si así juraron señores, sobre el ara de la patria los patricios de 1811, si así pensó y actuó el Genio que con la pluma, la espada y el pensamiento, rompió las ligaduras seculares del nuevo mundo; si así sintió Bolívar, ¿por qué hemos nosotros de sentir mengua o cobardía para confesar y defender nuestra religión? ¿Es que somos acaso superiores a nuestros libertadores? ¿Con qué derecho podemos faltar al juramento sagrado e ineludible? 

Tocante a vos, Excelentísimo Señor, nada nos hace temer. Sabemos que vuestra misión en la tierra de Portuguesa, será una misión de bien, de paz, de concordia y de civilización. Sin duda la ciudad de Guanare, asiento de la Sede Episcopal, volverá a ser como en los tiempos de] Dr. José Vicente Unda, el centro de una gran actividad cultural, el foco de intensa labor de civilización cristiana; seréis para la grey portugueseña el Pastor de almas, el consejero sapiente, lleno de prudencia y de bondad, el Padre espiritual cuya palabra llegará a los corazones con la suave delectación de los dones del Espíritu Santo. En cuanto a la potestad civil estamos seguros que el poder público tendrá en vuestra Señoría un insigne cooperador que sin menoscabo de la dignidad de un Príncipe de la Iglesia, estará presto a secundar toda obra de progreso y de estabilidad de las instituciones, a fin de que mediante un recíproco entendimiento de lo temporal y de lo di- vino, resulte, como lo quería el Padre de la Patria, "la verdadera arca de la alianza".  

No debo concluir mis palabras sin traer ante vosotros para rendirles público testimonio de admiración y gratitud, los nombres de algunos de los Prelados que rigieron los destinos espirituales de nuestro pueblo. Sea el primero el nombre ilustre de Monseñor Aguedo Felipe Alvarado, varón de preclaras ejecutorias, que aún llena los ámbitos occidentales de Venezuela con el reflejo de sus virtudes, el perfume de su humildad y la luz de su sabiduría. Sea aquí con nuestro recuerdo el nombre de Monseñor Enrique María Dubuc, ausente de la patria, bajo cuyo episcopado, dió comienzo la renovación del culto coromotano y se inauguró el primer monumento conmemorativo de la gloriosa aparición. 

Para Vos, Excelentísimo Monseñor Benítez Fontoúrvel, a quien le fuera dado el privilegio de presidir las grandes festividades del tricentenario mariano. Portuguesa conservará siempre el recuerdo imperecedero de vuestro episcopado y el celo con que supisteis impulsar la proclamación de N. S. de Coromoto como Patrona de Venezuela.  Y por lo que hace el Distrito Guanarito, regido hasta hoy, por los diocesanos de Calabozo, dos nombres de los que ya no existen, vienen a este recuerdo: dos nombres de grandes Obispos que pasaron por la llanura que cantó Lazo Marti, como mansos pastores de alma blanca: Felipe Neri Sendrea y Arturo Celestino Alvarez. 

Sea por último, mi palabra final, un aplauso cariñoso y un elocuente voto de eterno reconocimiento para el Excelentísimo Monseñor Armando Lombardi, Nuncio Apostólico de Su Santidad Pío XII quien con admirable celo supo conducir el proceso de la creación de la Diócesis de Guanare y ya a punto de abandonar nuestra patria rumbo a su nuevo destino en la tierra del Amazonas, quiso con singular empeño, allanar el camino para tener la satisfacción de instalar en la nueva Sede al primer Obispo de la Coromoto. 

Por tan faustos acontecimientos para nuestro Estado y por el promisor futuro de nuestros pueblos, yo os invito, amigos y hermanos, con la invocación del profeta: 

Cantate Domino canticum novum 
"Cantad al Señor un cántico nuevo" .


Referencias

F. S. ANGULO ARIZA. 1955. Discurso de bienvenida  Monseñor Pedro Pablo Tenreiro. In El Primer obispo de Guanare: Monseñor Pedro Pablo Tenreiro, Guanare. Ediciones de la
BIBLIOTECA DE CULTURA PORTUGUESEÑA. 64 p. 

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