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"La historia está presente y nos rodea en todas las horas, porque no es otra cosa que la vida” Arturo Uslar Pietri

miércoles, 17 de abril de 2019

Cantalicio Reinoso

CANTALICIO JURO VENGARSE DEL GOBIERNO

Ese día decidió subir a La Vigía de Córdoba. Casi al amanecer salió desde su pequeña hacienda llamada La Gurrupera, ubicada a las orrillas de la quebrada El Cumba. Subió por la vereda hasta llegar al pozo del Jujure donde tomó, en el cuenco de las manos, un poco de agua y luego siguió por la cuesta.

Estaban cayendo los primeros rayos de sol sobre los cobertizos de palma de las casas de La Vígia de Córdoba cuando sudoroso llegó a la única y empinada calle de aquel pueblito de las faldas de la serranía frente al río Portuguesa.

Después, lentamente, se dejó venir contando los pasos. Traía el rostro semicubierto por la sombra de la ancha ala del sombrero de cogollo, y las dos manos sostenidas entre la correa y la pretina del pantalón. Pasó por la gallera sin preocuparle en lo más mínimo la algarabía de las apuestas, hasta que una voz chillona rompió el coro altisonante de la riña y dirigiéndose a Cantalicio, le dijo: Mire Reinoso, esa hija suya de ojos de miel va sé pa'mí con su consentimiento o como sea.

Era la voz macilenta del jefe civil del pueblo, llamado Alcibíades Marín, quien se había antojado de unas de las menores hijas de Cantalicio Reinoso, pero este apacible hombre prefirió guardar silencio y continuó la ruta hacia "La Parada", uno de los negocios más populares de aquel lugar.

— A Reinoso como que no le gustaron mucho mis palabras. Eso no im-porta, yo soy el jefe del pueblo y aquí se hace lo que yo diga — dijo Marín y asintió con la cabeza varias veces.

No sabía Cantalicio que su tranquilidad terminaría esa noche, cuando con su oficialidad apareció Alcibíades Marín en su casa, dándole la voz de arresto y de inmediato ordenó amarrarlo en el botalón del corredor de la casa.

Después pasó al cuarto de las mujeres donde muertas de pánico for-cejeaban ante los apretones de los policías que las sacaron al corredor y al frente de su propio padre una a una, las fueron violando.

— ¡Métanle candela a esos ranchos! — ordenó despectivamente Marín— iy de paso se lo traen preso! ¡En La Vigía los espero, muchachos! — y sin dar tregua le metió las espuelas al caballo al mismo tiempo que haló la brida y el ruano chaceó briosamente.

Al poco tiempo subía Amador Colmenares y el resto de los oficiales con Cantalicio amarrado por la nuca.

Al único calabozo que había, en la jefatura del pueblo, fue llevado, pero Cantalicio no encontró ninguna razón para explicarse aquel atropello, hasta que una noche lluviosa y fría cuando la neblina entraba por la rendija de la puerta, le vino un momento de ira y juró vengarse del gobierno.

— ¡Por Justa Reinoso, mi madre santa, juro no trabajar más nunca hasta que me vengue de esos desgraciados! — exclamó en la cómplice oscuridad de la noche.

Como para esa época eran los revólveres baratos y los vendían en las pulperías, compró uno, y al salir de la cárcel se unió a los Vargas y a los Torres quienes ya andaban en armas contra el general Leonidas Morillo que también se había ensañado contra Pedro Vargas y toda su familia.

Pasaban los días y los revolucionarios, junto a Cantalicio, estaban planeando la pelea. Las noches se hacían largas esperando el anunciado día en que los Vargas tomarían a Córdoba, hasta que por fin una tardecita llegaron y tomaron la jefatura del pueblo donde sólo consiguieron a Amador Colmenares, a quien amarraron y dejaron a Miguelito Torres cuidándolo. A éste le tocamos el violín más tarde — dijo Cantalicio —mientras tanto yo voy con mi gente a La Cuchilla, a casa de Cruz Valera, a cobrar unas cuentas pendientes con Pablito Pargas el que nos mató a "Winchester".

—Pablito Pargas, no sé por qué razones — dice Lucas Pargas — mató a ese Winchester, que era de los Vargas y después se fue a San Fernando de Apure donde su tío José Vicencio Pérez Soto, que era presidente del Estado, lo protegió por mucho tiempo. Además, en la casa de don Cruz Valera estaba su hija María Francisca, que había sido jembra de ese Alcibíades Marín.

Todos los hombres se habían ido, sólo mujeres quedaban en la casa grande de la trilla de Papa'Cruz, entonces dijo Cantalicio:

— Nos tendremos que vengar con las mujeres de ellos.

Mientras que María Francisca y Emilia Rosa se escondieron debajo de la cama, Olimpia quedó al descubierto y Mama'Meye, que era comadre de Cantalicio, se quedó en la puerta a manera de defender a sus hermanas.

— ¡Eso si que no, compadre Reinoso! ¿Cómo va a tirar estas mujeres inocentes? ¡Enfrente a los Pargas o a Luis Conde, pero con ellas no se meta! le dijo Nicomedes Linares.

Después regresaron Cantalicio y Jesús "El Picure" al pueblito y se encontraron con la noticia de que Miguelio Torres había soltado a Colmenares, persuadido por Manuel García.

Todo aquello había empezado porque el general Leonidas Morillo, hijo de los ricos de El Tocuyo y representante del gobierno gomecista, había humillado demasiado a la humilde familia de los Vargas, quienes para mejorar sus vaquitas intentaron cruzarlas con los toros padrotes de Morillo y éste, disgustado, mató la vaca preñada de la escasa cría de aquéllos. Por eso el corrío dice:

Que la guerra de los Vargas
en la montaña empezó
por una vaquita flaca
que Morillo les mató.
Tiro, tiro, tiro, tiro, tiro
yo que en la montaña empezó.

Esa era una gente trabajadora, Pedro y Robertico, que eran los más afamados, buscaron a los Torres, quienes habían vivido
una historia semejante, y mucha gente los acompaño a esa guerra.



Eso dijo Robertico
cuando iba a pasar el puente
ahora es que van a saber
que los Vargas son valientes.
Eso dijo Robertico
cuando iba a pasar el río
ahora es que van a saber
si los Vargas tienen brío.

Pero Morillo decidió resolver su problema personal de mal vecino y miserable hacendado valiéndose de sus influencias con el Gobierno a través de su primo hermano Vicencio Pérez Soto, que era presidente del Estado Portuguesa, y juntos iniciaron la persecución a los hermanos Vargas, quienes se le enfrentaron en la quebrada de El Charal.

— Yo no sé por qué razón — dice Lucas — en esa pelea andaba don Manuel García. Yo no sé por qué él estaba al lado del Gobierno, pero también andaba mi padrino Pablo, que venía a San Fernando, después de la muerte de "Winchester". Parece que don Manuel era criado y ahijado del general Morillo.

Dicen que a Robertico lo mató mi padrino Pablo. No sé. Otros dicen que fue Manuel. Lo cierto es que Manuel García se presentó ante Pérez Soto con el revólver de Robertico. En esa pelea Pedro Vargas se fue muy mal herido y murió cerca de Chabasquén.

El general tocuyano Vicencio Pérez Soto mandó a hacer una fosa común, detrás de donde hoy está la Comandancia de Policía de Córdoba y después citó a toda la gente del pueblito y de los caseríos para que presenciaran el fusilamiento.

Unos de aquellos hombres que iban a fusilar era tuerto y no permitió que le colocaran la venda en el ojo sino que se colocó la mano. Pero yo no sé por qué razón. Cantalicio se escapó, entonces cuando ya estaban todos ahí. Mi tía Nicomedes (Mama'Meye) que era la que se atrevía a hablar, protestó aquella masacre diciéndole a Pérez Soto

— ¿Ese es el ejemplo que usted quería que viniéramos a ver? ¡Así no se matan los hombres!

El resto de los Vargas que se escaparon, menos Cantalicio, los agarraron cerca de Chabasquén, los despacharon a Guanare donde fueron igualmente fusilados en la parte de afuera del cementerio, convirtiéndose hasta hoy en las ánimas más milagrosas de aquel campo santo.


Tiro, tiro, tiro, tiro, tiro yo
que la guerra de los Vargas
en la montaña quedó.

LOS REVOLUCIONARIOS ASALTAN A BISCUCUY


Después que los revolucionarios se retiran a Córdoba ante la represión del Gobierno, al mando del general León Jurado quedó en Biscucuy una guarnición de cuarenta hombres acantonados para continuar la persecución a los revolucionarios. Bajo la jefatura del capitán Polo y el teniente Mónico Castillo estaba aquel pelotón de chácharos gomecistas, quienes orientados por las denuncias e intrigas del coronel Germán N. Uribe salían a perseguir a los campesinos, a quienes le quemaban sus casas por participar o apoyar a la revolución, hasta que Sandalio ManoLan y Cantalicio Reinoso se obstinaron y decidieron darle una lección. Aquellos rebeldes compañeros de Gabaldón no habían entregado las armas ni se quisieron poner a las órdenes del Gobierno. Sólo esperaban el momento oportuno para la acción política y militar, a partir de los informes que sus amigos le suministraban. Mientras tanto, desde su casa frente a la plaza y diagonal a la jefatura civil, el maestro Gamarra observa los acontecimientos de uno y otro bando.

Sabían estos revolucionarios, por informes fidedignos, que el batallón del Gobierno se entrenaba físicamente todas las madrugadas con fuertes ejercicios corporales y, como dato curioso, para esos efectos no portaban las armas de reglamento. Así fue que decidieron asaltar al pueblo por los cuatro costados. Por el este y sur entraría Mano'Lan y Leopoldo Rivero, por el norte Sandalio Linares y Sótero Parra y por el oeste entraría Cantalicio Reinoso y sus seguidores, luego de asaltar al caserío Palo Alzado.

Por la noche del último de febrero de 1930, los pobladores de Biscucuy bajo la entusiasta dirección de don Simón Alzuru y Francisco Bustillos Casals organizaron una fiesta de disfraces a propósito de las celebraciones de carnaval, donde participaron muchísimas personas conocidas y desconocidas.

Efectivamente, así se hizo. Toda la noche fue diversión, después de casi un año de zozobra y amedrentamientos de Mónico Castillo y el coronel Uribe, hasta las tres de la mañana cuando por las frescas calles se fueron retirando los pobladores, no sabiendo que sorpresivamente una hora más tarde, una descarga con máuseres despertarían ensordecidamente a quienes apenas colgaban sus ropas de fiestas.

Todas las armas dirigieron la mira contra la guarnición donde estaba residenciado Uribe, pero curiosamente esa madrugada no entrenó el ejército "porque tal vez había notado algo extraño en la noche, al observar que había muchos desconocidos en el pueblo", dice el maestro Gamarra.(1)

Pero Uribe y su secretario Potentini huyeron por el techo de la cárcel hacia la casa de Alto, donde estaba acantonado el gobierno, la tropa es-taba atrincherada en el piso, mientras que el capitán Polo, jefe de la guarnición, al oír los primeros disparos abandonó el pelotón y salió des-nudo hacia la playa del río, y el teniente Mónico Castillo hizo frente hasta las horas del mediodía, cuando cesó el fuego y se retiraron los revolucionarios, quienes se llevaban herido a "Montañita", hijo de Mano'- Lan, a quien dejaron oculto en una casa amiga, en Quebrada Negra de Chabasquén, pero el gobierno descubrió su escondite, bajándolo mal herido hacia los calabozos de la casa de Gobierno en Biscucuy, donde murió este muchacho, de apenas 14 años, sin prestarle ningún tipo de auxilio.

Como a las cuatro de la tarde, don Elías Sereno Fernández, Pedro Azuaje, Pedro Sánchez y el maestro Gamarra recogieron los muertos y los depositaron en un caney que servía de iglesia. Entre los muertos se encontraba el cabo Mujica, del Gobierno; Eugenio Oconto, de los revolucionarios, y los civiles Ponciano González, un mudo y Ramón Raga.
— Igualmente tuvimos que salir en busca del capitán Polo — dice el maestro Gamarra — quien se había refugiado en el cambural de don Marcos Olavarrieta, vistiendo únicamente su ropa interior. El señor Olavarrieta le facilitó unos pantalones y una camisa para que se vistiera y, acompañado de un grupo de civiles, lo entregaron al cuartel, desde donde lo despacharon al día siguiente con una comisión, al mando del comandante Blanco, para Humocaro Alto. De no haber sido por Cantalicio, quien se retrasó en la acción de Palo Alzado, las cuentas con Uribe se hubiesen saldado, pero el flanco oeste quedó desguarnecido al momento del asalto, dándole oportunidad a Uribe de escaparse.

CANTALICIO REINOS() CAE PRISIONERO Y ES LLEVADO A GUASINA

El maestro Gamarra siempre fue un testigo excepcional. Esta vez hubo una triste escena allá en su casa, frente a la plaza, en el pueblo de Biscucuy. El viejo guerrillero, Cantalicio Reinoso, enfermo de paludismo y una pierna ulcerada en grave estado, se había dado cita con un abogado, tío de Gamarra, llamado Pedro Delgado Lozano.

En una de esas tantas noches sobresaltadas de su vida, una culebra macaurel le había mordido esa pierna ulcerada y ante la imposibilidad de "algún tratamiento médico, decidió quedarse quieto hasta que el reptil murió cansado de morder. Así salvó la vida y por eso, por los rastrojos del río Zagual, llegó renqueando a la casa de Gamarra, donde "le manifestó al tío Pedro que venía con la intención de entregarse a las autoridades, pues se encontraba muy enfermo y cansado de huir".(2)

Cayó Cantalicio sin disparar un tiro — contaba Guillermo Gamarra Ma-rrero— sin pena ni gloria. La entrega fue triste de este solitario guerrillero que añoraba la vida, la libertad y de paso creía en la justicia, en el derecho a la defensa.

— Se despidió de nosotros despojándose de una bolsa de lona que traía terciada, donde portaba un revólver 44, con 50 tiros, y se lo entregó a Juan Durán, quien salió al frente de mi casa y le dio la orden de arresto.

Fue llevado amarrado, boca abajo, a Guanare, donde lo internaron en la Cárcel Pública y sin fórmula de juicio, sin derecho a defensa, lo mandaron a Guasina, la tristemente célebre isla del sur de Venezuela, que más tarde se consumió la vida de muchos venezolanos, entre los que se destaca el poeta José Vicente Abreu.

Contaba Cantalicio que aquel lugar debía llamarse "El fin del mundo" y que ahí mismo estaban sobre las topias ennegrecidas las mismísimas pailas del infierno.

Si el verano era terrible, más desgraciados eran aquellos interminables días de invierno cuando la isla se inundaba y Cantalicio sobrevivía encaramado en los árboles.

¿Con qué se alimentaba aquel hijo de Dios?

— De nada —respondía él mismo — . A veces bajaba de los árboles y comía verdolaga y pira.

En aquel infierno duró dos largos años hasta el 12 de febrero de 1943, cuando salió en libertad gracias a las gestiones del abogado Alirio Ugarte Pelayo, hijo del general Gabaldón. Este generoso guanareño, quien junto a su coterráneo Miguel Ferrer Viera, le trató para curarle la pierna ulcerada de aquel muerto andante allá en el Castillo de Puerto Cabello.

Después de trasladarlo al Hospital "José Gregório Hernández", de La Pastora (Caracas) fue atendido por varios guanareños pasantes entre los que se recuerda el doctor Gonzalo Martínez Angulo.

LA ALBORADA CON NUEVOS HIMNOS 


Después de la primera huelga campesina surgió un poderoso movimiento sindical liderado por aquellos hombres militantes del Partido Comunista de Venezuela; quienes se distribuyeron en las aldeas y caseríos de las riberas de El Tocuyo, sembradas de esa caña que endulza el espíritu de los amos y amarga la vida de aquellos descendientes de esclavos. Fue una larga jornada de dos décadas, desde 1936, donde los sindicatos campesinos eran verdaderos centros de formación y toma de decisiones colectivas. "Los locheros", llamaban despectivamente los amos a los dirigentes del Partido, por la cuota de doce céntimos y medio que aportaban los obreros para las finanzas de sus organizaciones. Pero vino la dictadura de Pérez Jiménez y con ello la persecución de estos soldados de la causa del proletariado, quienes debieron pasar a la clandestinidad.

De pronto, desandando por la vieja ciudad histórica, flor de piedra del siglo XVI, apareció Cantalicio Reinoso, vivito y coleando, maltratado por los años y la guerra, ahora convertido al comunismo. El máuser y su marusa con el Smith Wesson ya no carga, ni siquiera su buscado apellido, simplemente Antonio Rodríguez le dicen en el asilo de San Antonio, donde se refugian los ancianos desamparados. Pero al poco tiempo los comunistas de El Tocuyo saben que el hombre que está en el asilo no es ningún Antonio Rodríguez sino el mismísimo Cantalicio Reinoso, quien en su pierna derecha guarda cuidadosamente las siete picadas de culebra que lo delatan. Por las tardes Fulvio Rodríguez, Ramulfo Peralta, Arévalo y Rafael Rodríguez lo visitan y le dan noticias del acontecer del país. Antonio Rodríguez, tan subversivo, como siempre, no confiesa su identidad y sólo responde entre dientes — "La lucha es contra los amos de este país que no dejan a nadie trabajar".

A los pocos meses un pequeño grupo de hombres llevan el cuerpo yerto de esta leyenda viviente al cementerio de Los Yabitos, mientras el rojo estallido en el cielo despide la tarde de esta Venezuela injusta, ahora mancillada por una dictadura.



(1) Notas de Fernando Bambey. Titulado "Del pan pobre a Guasina", p. 2 (entrevista al maestro Guillermo Gamarra Marrero. Caracas, 1984).

(2) Conversación sostenida con el maestro Guillermo Gamarra Marrero en 1977. Publicada por el testimoniaste en la segunda quincena del mes de febrero de 1978 con el título de "Del asalto a Biscucuy", en el periódico El Serrano, dirigido por el periodista Ramón Salcedo Arteaga.

PEDRO PABLO LINAREZ:

Nacido en Chabasquén, cursó estudios de Historia en la Facultad de Humanidades en la Universidad Central de Venezuela (UCV) y Arqueología en el Centro de Investigaciones Arqueológicas, Antropológicas y Paleontológicas de la Universidad Nacional Esperimental Francisco de Miranda bajo la tutoría académica del doctor J. M. Cruxent.

Ha dedicado buena parte de su tiempo al estudio de las comunidades de descendientes aborígenes y afrovenezolanos. Por estas razones ha convivido entre los pueblos Wayuu, Kariña, Yukpa, Añu, Piaroa y Mapoyo y entre los grupos afrovenezolanos de Barlovento, Zulia, Falcón, Lara, Yaracuy y Aragua.

Actualmente dirige el Centro de Investigaciones Etnohistóricas, en el Estado Portuguesa, desde el cual organiza la exposición museográfica sobre la cultura aborigen regional del Museo de los Llanos.

Algo más, cronista oficial de su pueblo natal.


Referencia 

Gobernación del Estado Portuguesa. 1994. Concurso literario Portuguesa y su gente Dr Rafael Roberto Gavidia. Coleccion testimonios N° 4. Biblioteca de temas y autores portugueseños. Guanare. pp 9-19

1 comentario:

  1. felicitaciones al autor de la reseña, que historia tan triste , pero es un ejemplo de la persevarancia de estos hombres por alcanzar un minimo de mejores condiciones de justicia para ellos y los demas en esos tiempos tan aciagos y llenos de abusos por parte de los poderosos de entonces.

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